La inocencia de tu voz arrulla a la luna
y pone al sol un motivo más para no morir.
La textura de tu piel era el lienzo de nuestro
sudor nocturno, que pintaba en nosotros
un bello recuerdo con sabor a eterno.
La simetría de tus palabras
componen los versos más hermosos
del poemario de la vida.
Y los acomoda en estrofas difíciles
de explicar.