Puse tu mano en mi pecho,
y un mensaje tan ilusorio, magníficamente manufacturado:
Diosa blanca, de brillantes extremos, fatua superficie,
oh, imagen ansiosa...
tanta soledad fue tu muralla.
A través de la nostalgia se oscurece el valle de la vida,
tu eco vuelvo a sentir, amada mía,
mujer de pechos florecidos, rosa perfumada,
cintura ceñida en mis caprichos.
Y desde entonces, en un oscurecido valle,
diosa blanca marchita, fatua superficie,
tanta soledad sigue siendo tu muralla.