Puse tu mano en mi pecho,
y un mensaje tan ilusorio,
magníficamente manufacturado:
Como un guerrero determinado
he de bendecirme en las fuentes de tu dicha
y la cuesta lograda en tu corazón mi alegría.
Diosa blanca,
sublime mirar,
fatua superficie,
oh, tu imagen ansiosa en mí...
tanta soledad fue tu muralla.
A través de la nostalgia se oscurece el valle de la vida,
tu eco vuelvo a sentir, amada mía:
mujer de pechos florecidos, rosa perfumada,
cintura ceñida en mis caprichos.
Y desde entonces,
en los ecos de las otrora estridentes voces,
en un oscurecido valle,
diosa blanca marchita,
fatua superficie,
tanta soledad sigue siendo tu muralla.