La tarde caía sobre un manto de luz dorada que lo impregnaba todo. Los exploradores de aquel camino mostraban el cansancio de un día muy largo entre las escarpadas montañas. Ya se podía escuchar sus jadeos dibujándose en el aire junto al rocío frío que comenzaba a caer.
Caminaron por un angosto sendero que bordeaba el bosque, un bosque al que no pensaban ingresar considerando el comienzo de la noche y lo poco que conocían el lugar. El silencio les llamó la atención.
Mientras miraban donde acampar, encontraron un par de mochilas abandonadas, y se percataron que a unos metros había un risco que marcaba un gran abismo. Pensaron lo peor. Con mucho cuidado, y mientras revisaban el lugar, un sonido repentino rompió el silencio. Venía desde corazón mismo del bosque, lo que llamó la atención de ambos amigos.
Este parecía aumentar tanto en intensidad como en fuerza, hasta que el sonido, casi cavernoso, se detuvo abruptamente. Inmóviles y confundidos, los amigos exploradores cruzaron con gran angustia la mirada, la adrenalina estremeció sus cuerpos y llenó sus venas de estupor; sus músculos se prepararon para correr, y con la poca luz del día que quedaba, quedaron petrificados con lo que vieron. Con gran asombro pudieron observar que habían quedado entre el abismo, el bosque, y el ultimo rayo de luz que se ya se esfumaba.
Cuando se disponen a abrir sus mochilas, en un acto casi reflejo y deseperado para tomar las linternas, un jadeo profundo y cavernoso se instaló entre sus oídos. No pudieron articular palabra alguna; un líquido viscoso comenzó a deslizarse por sus cuellos casi paralizados. El aullido se volvió brutal. Las enormes fauces engulleron todas y cada una de las palabras que quisieron pronunciar; solo el hedor quedó suspendido en el bosque.
Ellos; solo intentaron correr.
Él, escupió las mochilas...y se escondió nuevamente en el bosque a esperar.