Aquel pasillo parecía infinito. Tan iluminado como solitario. El único sonido claro y audible eran los pasos. Pasos que llenaban todo el lugar de una manera difícil de escuchar. Hay pocos pasos allí, pero retumban como si fueran de gigantes. En la madrugada son más lentos, y se pueden escuchar más allá del silencio.
La oscuridad aquí no intimida en lo más mínimo. Pero el silencio…el silencio es casi salvaje, está encerrado en un vacío que oprime la inquietud, y genera el mismo efecto que el de un abismo. En estos pasillos la noche y el día se confunden con el tiempo, y detrás de cada puerta...las tinieblas pueden llevarse la única vida que tenemos.
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Allí estaba una vez más, ingresando en un pasillo de laberintos lleno de túneles, tan iluminados, que se hacía agobiante transitarlos. Muchas preguntas sin respuesta, personas vestidas de blanco, voces por doquier cruzándose entre aquellos pasillos y las habitaciones. Habitación 403. Ese era el destino. Su cuerpo ya no era gobernado por él. Lo trasladaban otras personas, él, solo movía sus ojos mirando el techo de los pasillos.
Su vecino de cuarto ocasional estaba dormido. La habitación totalmente blanca. La acompañante tenía un vestido de intensos colores pastel en degradé, era delgada y muy elegante, pero no lucía para nada en aquel lugar. Su rostro estaba muy quieto, cansado y demacrado, pero su ánimo era sereno. En verdad, nada se movía mucho detrás de aquellas puertas.
Lo único que se podía hacer, era pensar. Observar. Despojarse de toda preocupación terrenal, para luego hundirse en un letargo de conciencia poco habitual, mientras el tiempo lo miraba todo. Podía fantasear con dejar su cuerpo y marcharse, pero en aquel lugar, esto sería era un riesgo innecesario.
Comenzó a caer la noche por la ventana de la habitación. Todo se aquietó aún más. Todo era lento. Ya se podía escuchar claramente su respiración; primero su propio aliento, y luego, todos los demás.
Las voces viajaban dentro de unos murmullos que se iban perdiendo entre los pasillos, mientras algunos impacientes caminantes trataban de terminar de aquietar sus cuerpos, sabiendo que la noche podría ser muy larga.
En aquel lugar nadie cerraba las puertas. No querían hacerlo. Había como un pacto tácito con la oscuridad, todos frenaban las puertas diez centímetros antes de llegar al marco, y esa era toda la luz que ingresaba desde aquellos pasillos.
De pronto, y de manera súbita, desde una habitación contínua, se pudo escuchar una gran carcajada que rompió abruptamente la monotonía de la incipiente madrugada, y una sensación surrealista invadió todo el lugar. Pero la piel se quedó quieta.
¡Una carcajada en aquel lugar en la madrugada! Alguien exclamó. A continuación todo fue silencio, y nuevamente la misma carcajada, pero esta vez recorrió todos los pasillos del recinto, agotándose entre el espacio, y la mente de todos los mortales que habitaban aquel lugar.
Unos minutos después, el silencio se adueñó de la habitación, y el eco de aquella carcajada, murió entre los pasillos y la memoria ya perturbada. Los enfermeros nunca contaron que había sucedido en aquella madrugada, tampoco se mostraban curiosos, ni preocupados.
Quizás, una carcajada en aquel lugar no necesite explicación, ya que puede venir desde algún sueño o alguna pesadilla, puede ser real o venir desde una dimensión muy desconocida, una dimensión quizás alterada por los sentidos. Después de haber estado unos cuantos días allí, la distorsión de la realidad puede ser muy incómoda.
Pero una carcajada en aquel lugar jamás le causaría gracia a alguien, por más contagiosa que esta se escuchara, porque solo un demente puede reírse a carcajadas detrás de aquellas infinitas puertas llenas de pasillos iluminados, y en un lugar donde nadie en este mundo, quisiera estar.
En el caso de que alguien faltara a la cordura y pudiera considerarla una carcajada de otro mundo, o quizás una carcajada fantasma, de todas maneras, poco importaría igual, porque en ese lugar, existe un breve instante donde varios mundos en algún momento se encuentran.
Por alguna extraña razón, allí los minutos y las horas no duran lo mismo, incluso, parece que al tiempo, le importara muy poco lo que en ese sitio pudiera suceder.
Luego de transitar unos días por aquellos pasillos, y detrás de cada una de aquellas puertas, la vida puede desvanecerse sin importar realmente quienes somos. Lo único que importa en ese lugar, es sacar tu cuerpo lo más pronto que puedas.
Llores en tu sano juicio, o te rías a carcajadas como un demente, cuando te llegue la hora…te irás de cualquier manera.
El miedo en este lugar es la más humana de todas las emociones, porque es un miedo real, y es en el único lugar, donde los fantasmas podrían reírse a carcajadas sin asustarnos un ápice.
Además, estando en ese lugar… tampoco te creerían.