Ana era una niña feliz en el vecindario y en el barrio y era muy saludable, pero, la vez aquella en que se enfermó de alergias y decayó fuertemente, pero, así, mismo se repuso. Ana, no sólo se sentía como una niña muy feliz, si tenía de todo para jugar y ser feliz. Ana, tenía amigos de todas las clases y de razas. Eso no le importaba a ella, si era muy feliz. Ella, Ana, tenía diez años, sólo le faltaba un año para ser toda una señorita. Durante ese año, transcurren tantas cosas en que se debate una sola espera, ella ni se imaginaba ni sabía cómo era estar en días menstruales. Sólo ella, Ana, sabía de jugar y ser bien feliz. Cuando el invierno llegó, sólo se esperó como se espera una forma de amar. Sólo quería entregar su corazón por una total razón. A un sólo amor, y a un sólo hombre en su vida. Sólo la vida fue como el principio de todo sin esperar por un mal final. Ana, sólo quería ser feliz, ¿y, lo logró?, pues, no. Sólo se llenó de iras y de mareos y de vómitos y de dolores de cabeza, cuando de repente, le llegó la mala menstruación exactamente a los once años. Fue desbordantemente una plétora sanguínea exuberantemente exagerada, o sea, se bañó en sangre totalmente. Si corría por el suelo y más por la puerta del baño. Cuando una mañana casi al medio día le llegó su menarquía. Sólo ella, se dedicó a asear su cuerpo como de costumbre, pero, mientras más se baña más sangraba. Ella, sólo ella, sabía de una cosa que los dolores de cabeza y los vómitos y los mareos siempre tendrían un mal final: la menstruación. Ella, comenzó en su primer día menstruando, con un dolor de cabeza muy fuerte, con vómitos y mareos, y un dolor tan infinito en el vientre. Y comienza el primer día de su menstruación, se dedicó en cuerpo y alma a aprender de ella. Y sólo conoció el “ritmo”, que era un método para poder quedar embarazada. Y contaba los días como se cuenta la tabla del cinco, la más fácil para poder quedar embarazada. ¿Y, lo logró?, pues, no, ni nunca lo pudo lograr. Nunca fue madre ni reservó el vientre para gestar a una criatura y todo porque la vida, ¡ay, de la vida!, le quitó o le robó todo lo que ella pretendía y quería en ser madre. Aprendió de la vida, se encerró en su cuarto de señorita, y se dijo ella, ¡ay, señorita!, y conoció de todos los pormenores de la maldita o bendita menstruación. Y dijo ella que, -“seré la envidia de muchas niñas, ya fui mujer”-, y ¿qué era eso de ser mujer?, se indagó ella misma, cuando se preguntó Ana, esa interrogante tan clandestina y tan real, como el mismo dolor que ella acaba de sentir. Cuando en el instante se dió los pormenores de ir al baño y cambiar esa cosa que tenía entre las piernas, o sea, la toalla sanitaria. Y continuó aprendiendo de la vida misma y de eso que le llegó sin más ni menos, la menarquía, y fue mujer ¡sí, señor!, cuando en el ocaso invernal se dedicó en cuerpo y alma a aprender de la vida y más del “ritmo”. Si los días de Ana, quedaron sin ser alternativos, sin ser indecentes, ni ofensivos, pero, era el mayor desagrado hablar de ello y de la menarquía. Si le llegó la regla, como le llaman así popularmente entre la gente. Cuando en la órbita lunar quedó atrapada entre escombros de sola soledad, cuando en su primer día menstrual se dedicó en cuerpo y alma a aprender de todo de la vida y cómo obtener un embarazo para lidiar con esa plétora sanguínea en su vientre. Cuando en el instante de ver el cielo de tormenta, se llenó de nubes grises, sí, de un sólo tormento. Cuando en la manera de ver el deseo de amar, quedé con miedo, y con temor adyacente de iras inocuas, pero, tan verdaderas como el mismo torrente de sensaciones nuevas. Cuando ella, Ana y los días de Ana, la pasó de mal en peor, cuando en el momento quedó amarrada como en una red o una telaraña sin poder escapar o ver la salida, pero, sí veía la sangre en abundante flujo. Cuando Ana, y los días de Ana, la pasó muy mal, esperando ver el fin, sólo se entregaba en cuerpo y alma a estudiar de la vida misma y más del “ritmo” de la vida. Y quedó adherida como un imán a esa sangre deseando tener un hijo por siempre para no poder ver la sangre en la menstruación. Ella, Ana, toma un libro de anatomía, y celebra el día de su menarquía, pero, no la venera tan bien. Sólo ella, sabía de todo, y más del dolor de cabezas y de vómitos y de mareos y de dolores en el vientre. A Ana, sólo se dejaba llevar por una sola razón, y era el de saber de la desventura que poseían esos días menstruales. Cuando en el deseo universal quiso entregar cuerpo y vida al embarazo, pero, ¿qué embarazo?, si apenas era una niña de once años. Aunque leyó en el diario matutino que una niña había dado a luz una criatura. Y eso la hizo más fuerte y más valiente que antes. Y la hizo aprender de todo y de todo de la vida misma. Cuando en el desenlace de la vida y de esa menstruación era poder quedar embarazada y sin poder tener otra vez. Cuando ella, Ana, supo que esos días volverían cada mes y todos los meses supo que su destino era sí quedar embarazada, pero, una niña de apenas once años no podía ser cierto. Si la certeza de todo era y tan incierto como poder ir y comer en un restaurante y querer volver a la vida misma, pero, no, no era así. Cuando en el delirio se edificó como el tormento más febril y con tanta fiebre en que sólo se debió de creer en el dolor más fuerte en el vientre y todo por la terrible menstruación en que pasaba su primer día, después de la menarquía. Y Ana, sólo en el dolor se debió de creer en el pasado cuando ya quería y deseaba que todo pasara y tan rápido y veloz como es el aire que le rozaba la cara. Y se fue a estudiar el ritmo de la vida, y sabía que era catorce días después del primer día de la menstruación cuando ella al ovular podía quedar embarazada, cuando son tres días fértiles antes y después de esa fecha. ¿Y, podía quedar embarazada?, para no poder ver otra vez esa sangre en la plétora abundante entre sus piernas. Y sino queda embarazada ¿y quién sería el portador de esperma?, sino tenía ni quién la amara. Esa opción se olvidó de ella y la descartó, de toda su plena vida hasta que tuviera a alguien quien la amara y le brindara toda su vida y hormonas y gen para poder quedar embarazada.
Mientras tanto, se dedicó a continuar otros métodos de supervivencia para demostrar que esa sangre podía ser detenida con la imposibilidad de no querer sangrar más. Ni sentir más vómitos, mareos y dolor en el vientre y más ese dolor de cabeza que le quitaba casi el conocimiento a pulso y tan latente. Y ella, sólo veía la única opción en quedar embarazada para así durante de nueves meses no ver esa sangre en plétora abundante entre sus piernas. Cuando en el ocaso se dió la más fuerte de la más débil de los ocasos muertos. Cuando en el aire se dió como la tormenta y tan fría como el invierno que pasaba durante esa temporada invernal. Y más ella, Ana, sentía el más fuerte dolor de cabeza y los vómitos y mareos, y se sentía muy mal con el dolor en el vientre. Cuando en el embargo de su corta sabiduría a los once años, ella sólo imaginaba un posible embarazo, para poder detener esa sangre en una plétora abundante. Y Ana, sólo sabía de una cosa, en que quedar embarazada o preñada, sólo se debía a una cosa haber tenido una relación sexual y eso tampoco era la opción a pensar por detener esa sangre en plétora abundante entre sus piernas, porque sino su madre la mataba o su padre la expulsara de su hogar, como lo que había oído en casos anteriores de la vida humana, pero, ella, Ana, sólo no quería ser mujer y esa opción tampoco le daba mayor suspicacia en ser un hombre y sin poder menstruar, y todo porque siempre aparecería la menstruación cada mes y operarse eso le costaba mucho dinero, se decía ella, a lo que había estudiado en la clase y con el libro de anatomía, si así se lo imaginaba ella. Y ella, Ana, sólo sabía de otra cosa, el haber estudiado con demasiada realidad para saber que el instinto, si se debía a que el delirio se sabía de que el triunfo se veía venir ya. Cuando en el silencio se debía a que el dolor le llegaba como era poder alcanzar el cielo.
Ana, tomó de la estantería de libros, otro libro que se titulaba, “La Fisiología en el Cuerpo Humano”, y le hablaba sí, ¿por qué no un libro puede hablar?, y le hablaba de que el cuerpo y con la fisiología autónoma, se electriza la forma de amar y sentir y de ser y que con el método científico, se sabía muchas cosas del ser humano. E hizo el método científico con el ciclo menstrual de ella, para saber si podía quedar embarazada y no volver a ver esa sangre en plétora entre sus piernas. Y se debatía una sola forma de averiguarlo y era con el método científico, buscó los sietes pasos del método científico, el primer paso es la observación, y se observó a ella con ese dolor penetrante en que no podía ya con el, y al observación era el dolor que no lo aguantaba más y poder detener el sangramiento menstrual, el segundo paso el reconocimiento del problema que era poder detener la sangre menstrual, y el tercer paso, era la hipótesis, que era poder quedar embarazada para detener esa sangre, y el cuarto paso eran las predicciones, y las predicciones era quedar embarazada o ser anímica o cambiar de sexo, y el quinto paso era la experimentación, experimentó con el ritmo y supo que sí tal vez, pero, que tendría que tener relaciones sexuales para quedar embarazada y ser anímica era queda sin comer prácticamente o tener una enfermedad, y cambiar de sexo, lque le costaría mucho dinero, y el sexto paso era el resultado, y el resultado era siempre tener que pasar cuarenta años menstruando, y los hallazgos que siempre sería una mujer entera y con sus órganos reproductores bien puestos en su sitio. Todo fue descartado, las opciones y más el método científico y el haber estudiado más acerca de la entera menstruación. Cuando en el desenlace no se privó de un gran resultado máximo cuando el embarazo era la única alternativa que tendría ella para detener esa sangre en la plétora. Si, ella Ana, sólo se sentía con el único dolor en el vientre, dejando pasar el segundo día menstrual de esa terrible menarquía, y se sentía mal, pero, era algo tan normal que ella no entendía todavía. Y sin más que saber que ese terrible dolor lo pasaría todo el casi resto de su vida, si la vida le permitiera llegar a los cincuenta años, que es cuando casi se retira la regla por lo general.
Ana, en el segundo día de su menstruación en la menarquía, sólo se electrizó su forma de ver y de estudiar la mismas sensaciones que ella sólo sentía en su cuerpo. Y tomó otro libro, que se titulaba, “La Esencia Humana”, que trataba del crecimiento del cuerpo humano, y de sus componentes en el sistema reproductor para poder el ser humano reproducirse. Ella, Ana, sólo se dejó llevar por la manera y forma de ver el cielo de gris tormenta. Cuando en el mar perdido se debatía una sal perdida, cuando la sangre tomó más espacio entre sus piernas, y esa cosa que llevaba entre ellas, la toalla sanitaria le incomodaba porque no estaba acostumbrada aún. Cuando ella, Ana, supo otra cosa, es que su cuerpo crecería y sería más mujer, ¿y, qué es ser mujer?, si sólo ella, Ana, quería jugar con sus juguetes y sus muñecas de flores, pero, el libro le llamó la atención cuando quedó encerrada en su habitación pasando los días de Ana, o sea, los días menstruales de Ana y que eran cinco días, de tortura y de locura cuando el dolor no lo aguantaba más, pues, el dolor significaba sentir en carne propia el deseo ambiguo de sentir el dolor el más fuerte en toda su vida. Si los días de Ana, sólo la llevaron como a aquella mujer en bancarrota, o aquella mujer que la dejaron frente al altar, o a aquella mujer que fracasó en su vida cuando quiso el éxito, pero, más pudo el fracaso con ella o a aquella mujer cuando el marido la abandonó por otra, pero, ninguno de esos casos era el caso de ella. Si ella, Ana, sólo quería detener esa sangre en la plétora abundante entre sus piernas y era su acometido. ¿Y, un suicidio?, pensó en el suicidio, pero, no, no, si era peor, y ver más sangre por el acometido y tan eficaz y por la tormenta invernal que se avecinaba, sólo el frío le hacía pensar en cosas muy extrañas que no tenían resultados eficacez. Cuando en el viento y en el tormento, se veía venir el alma sin la luz debida. Y todo porque el dolor y los vómitos la hacen más débil. Y leyó una página de ese libro titulado, “La Esencia Humana”, que decía de su crecimiento corporal, cuando en la esencia se vé llegar la menarquía, para su mejor funcionamiento y para poder preparar el vientre y poder quedar embarazada. Si cuando en el tiempo cayó la temporada invernal, sólo ella vió un deseo cruel y torturada locura, en cuanto al dolor que ella sólo sentía en su vientre. Cuando ella Ana, sólo lee el libro de la autonomía humana, y más de la anatomía humana, en que sólo el cuerpo es el dueño de ella. Cuando en el desenlace final de la vida es envejecer sí, llegar a la senectud. Cuando ella, Ana, sólo deliberó una seriedad autónoma en la vida si ya había sido y fue mujer por la menarquía. Cuando llegó y se atemorizó por la gran espera de esperar por el viento a que creciera más en el roce de su piel. Cuando su piel, sólo sentía lo que una mujer siente, en su vientre de lujos de reproducirse algún día. Cuando en el reflejo de su corazón, sólo ardía y latía una fuerza en espelunca, sólo en el corazón y sólo ella lo sentía así. Cuando en los días de Ana, sólo ella, Ana, se creyó que el deseo y el dolor se debía de sentir una sola cosa y el dolor de la terrible menstruación, ella ya había escuchado algo de ella, pero, no sabía que era terriblemente espantosa y tan dolorosa. Ella, Ana, sólo sabía de otra cosa, que eso no duraría más de tres días, si era el segundo día, pero, no, no, duró más de cuatro días, y para se exactos cinco días y menstruando. Y los niños, ¡ay, de los niños!, cada vez que se imaginaba que y que pasaban lo mismo, cuando no, no era igual, sino algo peor, que tenían un órgano que se levanta y erecta cada vez que así lo requería la vida misma. Cuando en la vida misma se debatía entre dos cosas en saber que la mujer menstrua y que el hombre por ser hombre sólo erecta la vida y ese órgano entre medio de las piernas. Y si así fue Dios cuando lo creó así, y a su perfección. Cuando ella, Ana, lo sabía de todo con más o menos leer los libros de anatomía y de fisiología que su madre por consiguiente y por ser enfermera tenía dispuestos en su casa y más en la estantería de libros en su habitación para leer y más que eso estudiar.
Si cuando su madre se fue a laborar, ella Ana, quedó sola con su amargo dolor y con los libros que por suerte le enseñaron de todo, al menos lo más básico. Y cuando llegó la noche, sólo se debatió una sola espera en la espera y con el dolor mortífero en su vientre vió lo que nunca una carta entre las hojas de aquel libro y tan interesante en que se hallaba ella, Ana, leyendo. A consecuencia de la mala vida, fue una carta de despedida de su madre a su gran amor, y en la cual, le decía que tenía que abortar a su hijo porque no podía decirle a sus padres lo ocurrido con ella. Cuando ella, Ana, atónita y muy asombrada lee esa carta, cuando ella, sólo ella Ana, sintió lo que es verdaderamente en ser una mujer, cuando el embarazo no era la única solución ni la única opción, de querer detener esa sangre en plétora en sangre abundante y más entre sus piernas. Cuando se dijo que un embarazo no era la alternativa correcta ni lo suficiente para detener esa sangre. Y Ana, leyó más en esa carta, que quería suicidarse por no poder estar con él, con Guillermo, y precisamente ése no era el nombre de su padre, o sea, que ése era otro hombre que pasó en su vida. Cuando ella, Ana, sólo se debió en debatir lo inesperado, o la falta de un sueño tan ideal y fabuloso, el de quedar embarazada, por la atracción efímera de atraer el sueño pertinaz de ver el cielo como la magia de un total embarazo cuando su madre tuvo un embarazo no deseado y quedó en un aborto. Cuando en el amor sólo se debatía una sola espera de esperar la razón sin razón. Y era su madre la que se había entregado a un sólo hombre, cuando su vida sólo se identificaba como el rencor inadecuado o tan alterado como sin poder borrar lo acontecido. Cuando en el aire se tornó desesperadamente rico en la piel, pero, tan frío como el dolor que ella, sólo ella, sentía en la menstruación.
Cuando leyó esa carta sólo se debió de creer en deceso de su vil vida, cuando se hirió el corazón en trizas al saber de la verdad de una terminación de un embarazo en que llega a un aborto, y lo pensó y muy bien. Cuando llegó el amanecer y con él el tercer día de su menarquía, o sea, de su menstruación. Cuando en el combate de ver el cielo, lo vió como anaranjado y de un flavo color cuando era el amanecer sin confundir con el ocaso o el atardecer. Cuando en el instante se debió de creer en el reflejo del sol, cuando la niña sólo la niña debió de creer en los embarazos y para poder detener el flujo sanguíneo de su menarquía o menstruación. Cuando en el combate de ver el reflejo en el sol, se dió con mirar por la ventana y vió a una mujer embarazada, sí, embarazada y se dijo yo quiero también poder dar a luz un hijo en esta vida y poder detener el flujo sanguíneo, cuando en el convite menstrual se dió de tal forma, cuando ella, Ana, debió de creer en el deceso de la vida, cuando el suicidio era la mejor forma en detener el flujo sanguíneo, pero, no, se dijo ella, Ana. Cuando en la supremacía autónoma continuó leyendo el libro, “La Esencia Humana”, y quiso indagar acerca de la fuente de la menstruación, pero, cuando se dió el más funesto de los momentos cuando sólo el ocaso se abrió en un inerte y fría temporada invernal. Cuando a ella, a Ana, le llegó la menarquía, un torrente de sangre en flujo sangral. Y ella, sólo ella, pensaba e imaginaba solventar la carencia y la penuria en que ella sólo vivía, con la menstruación, y la gestación se venía venir en manos y en un vientre en que sólo quería ver la salvación en detener el flujo en sangre de una plétora abundante. Y los días de Ana, se vió venir en tormento por una temporada de invierno tan electrizante y tan fría como la nieve. Cuando en el hechizo de lo prometido se vió llegar el embarazo, pero, no en ella, en Ana, sino en la mujer que estaba embarazada. Si los días de Ana, se tornaron en locura y en una rica tortura. Cuando en el combate de jugar se jugó lo que más se entretuvo en el coraje de ver el siniestro cálido de entregar el alma sin la luz y sin poder tener un hijo, por no poder traer a un hijo a la luz del mundo. Cuando en el instante se debió de atraer la forma más efímera y más adyacente cuando se fue por la verdad de que no podía parir un hijo a los once años.
Y Ana, y en contra del dolor se debió de edificar su mundo en una sola mala situación, y era que tendría su menstruación durante más de cuatro días y consecutivos, cuando su forma de traer al mundo un hijo era una imposibilidad muy efímera. Cuando en la primera menstruación, cuando en el silencio se dió por todo lo alto, se electrizó la forma más penetrante de querer tener a un hijo para detener ese flujo sanguíneo entre sus piernas. Y si no podía, era tan sólo una niña y con su menarquía, cuando le llegó la bendita o maldita regla. Si ella sólo sentía un dolor muy fuerte en su vientre, vómitos y mareos, sólo ella se sentía y muy mal. Cuando en el altercado frío de la vida, se dedicó en ser como la más fuerte de las niñas, pero, no, creyó en ser como la niña más fría de la temporada invernal. Y sí, que lo era, cuando en el momento se dió lo más débil del momento. Cuando se dió la fuente en sangre de ese flujo sangral en que la vida le dió unas cuantas oportunidades, pero, no quedó nunca embarazada.
Continuará……………………………………………………………………………………………...