ZMRS

**~Novela Corta - Los Días de Ana - Parte Final~**

Si Ana, sólo quería deshacerse de ese flujo menstrual, y que nunca más quería ni deseaba tener más la regla, o sea, la menstruación entre sus piernas y mucho menos ese dolor en su vientre. Cuando Ana, sólo se llevó una gran sorpresa y fue que su prima la niña Julieta, vendría a vacacionar a su hogar con ella una corta, pero, muy divertida temporada invernal en su ciudad. Cuando en el invierno quiso hacer bolitas de nieve con la nieve, no lo pudo hacer porque aún le quedan dos días con la menstruación, y ella se decía, -“esa sangre no quiere parar”-, pero, -“¿cómo la puedo detener?”-, se pregunta ella, Ana. Y Ana, decidida a no tener más la menstruación, continúa leyendo el libro “La Esencia Humana”, un buen libro, que por cierto, le agradó mucho en leer, porque cuando lo leyó sabía algo de la vida, que su cuerpo se lo decía de que iba a crecer y que sería una mujer más completa, decidida, hecha, perseverante, valiente, y con un poder muy bueno sobre su conciencia el de ser alguien en la vida, y estás cualidades no sólo la sorprenden, sino que sí tomo nota para su vida futura, porque ella sabía que no quedaría ahí, como una niña con temores y miedos y más buscando una sola alternativa de cómo detener ese flujo sangrado entre sus piernas. Cuando entre sus cosas encontró y halló lo que nunca a otro libro entre la estantería de libros, y se titula así, “La Juventud y la Vejez”, y lo abrió y leyó algunas primeras páginas, y se llenó de una rica sensación, de saber que nunca quedaría como un niña tonta y torpe y que crecería y sería toda una mujer como las mujeres que veía por la ventana, y como su madre. Cuando llegó a la madre, se dijo y se preguntó nuevamente de que cómo es posible que una niña a su corta edad de apenas once años no pueda detener ese flujo menstrual, ella creía que estaba por desangrar la vida y el cuerpo con ese flujo menstrual en la menarquía, y no, no era así si era más normal que nada. Cuando el libro le dijo que la juventud era una etapa en la vida de las personas, sólo se le viró la tortilla cuando le dijo el libro también que la vida llega hasta la vejez, una senectud donde el cuerpo y la piel se arruga y que, por ende, llegamos siempre a morir. Cuando leyó morir, se quiso morir en verdad, cuando ese libro no le dijo nada de la menstruación, pero, al fin y al cabo, ningún libro le dijo nada, sólo la vida podía escribir un libro y tan verdadero cuando tendría que durar con la menstruación más de cuarenta años y lo más largos de su corta vida. Cuando en el combate de creer en el tiempo, se llenó de iras insolventes en que sólo ella odiaba esos días, ¡ay, los días de Ana!. Cuando, de repente, ella Ana, creyó que iba a morir, cuando ya llevaba más de tres días con la menarquía, si al cielo ella lo veía de color sangre rojizo en el atardecer, o sea, en ese ocaso que más le recuerda de su menarquía. Y llegaba el cuarto día entre los días de Ana, o sea, de esa menarquía que le dolía tanto y por tanto lo que deseaba era no tener jamás, cuando su esencia se perfiló dentro de un rumbo y sin dirección. Cuando en el suburbio de lo acontecido se abrió una esencia la de creer en su sistema reproductor que le diera un hijo y que no viera más la menstruación durante nueve meses y consecutivos. Y se perfiló en demostrar su cometido, cuando en el desierto quiso atraer a la luna siguiendo a su imaginación y a su camino volando por el mismo desierto, pero, no, no quiso en ser más de lo que fue y de lo que más pasó, cuando un suburbio autónomo de la anatomía le dictaba en creer en su esencia humana, como aquel libro que había leído. Y se quiso embarazar, pero, aunque no podía, no tenía hombre alguno a su lado ni tenía amor, para poder tener un hijo. Si cuando ella, Ana, entre los días de Ana, se electrizó su forma de ver la vida, creció como toda mujer, dejando atrás los días de Ana, pero, otra vez, vió el acometido de cruces veraniegas en el sol mismo, cuando su esencia humana cayó en una total redención cuando el suburbio automatizado quedó bastante en asegurar sus días sin poder más menstruar, casi en el punto de embarazarse por siempre, si eso es lo que más prefería la niña. Cuando entre sus apuntes de esos libros que había leído, sólo le dió una verdad y era que en la vida sólo se podía tener todos los hijos que Dios le permitiera tener. Y eso le llenaba de rica sensación al saber que esa sangre en plétora abundante se detendría en cuanto pudiera quedar embarazada, pero, ¿quién le donará su esperma?, un sólo espermatozoide entre millones que sería el único responsable y dueño de ése óvulo con “el ritmo”, en cuanto pudiera contar los días de Ana, después de esa menstruación tan terrible poder quedar embarazada. Cuando en el ámbito superficial de la irrealidad se llenó de tiempo y de espacio vacío y de tan vacuo parecer y de un triste perecer. Cuando en el combate de lo ganado se dió lo que jamás se perfiló un óvulo sangrante, porque si lo hubiera sabido que bajaría el primer óvulo sangrante en esa menarquía se hubiera embarazado del primer hombre que hubiera visto a su paso, pero, no pudo ser así. Ella Ana, creía que eso de quedar embarazada era tan fácil como hacer la mezcla entre chocolate y leche para hacer chocolatina. Y no fue así ni en su vida ni en su primera vez con la menarquía. Si era el cuarto día con su menarquía y el dolor cedía un poco, pero, el flujo sanguíneo todavía le quedaba por bajar más. Ella siempre fue bien saludable, por lo tanto tenía una buena condición sin anemia. Cuando el torrente de sangre en flujo le bajaba y con ella los coágulos de sangre, se percató de algo en ello, que tendría que esperar siempre a los catorce días del “ritmo”, para poder hacer malabares para quedar embarazada. Y lo pensó y muy bien, de que el hombre de su vida sería aquél del cual ella estaba y tan enamorada, que lo seducirá hasta obtener de él, el esperma requerido para su embarazo. Y sí, pensó, pero, aunque lo pensó, no lo hizo. Su esencia de mujer ya en el mundo de las niñas que sangran, sólo se debió a que la hipófisis o glándula pituitaria le había ordenado a menstruar. Cuando en el instinto se llenó de iras insolventes de retraída espera, esperando de que se le fuera o que se le retirara la regla por ese mes ya pasado. Cuando en el deseo autónomo en esa cruel anatomía de ella, de Ana, como se decía ella, que era tan vil y tan cruel para con ella. Cuando en el trance de lo vivido, creció como toda mujer estudiando los libros de su madre enfermera, de la química y física y anatomía y fisiología humana y en cada paso el crecimiento humano y más su sistema reproductor para poder quedar embarazada. Y sí, si su físico era el de una niña como de catorce o quince años, aunque en realidad tenía once años. El crecimiento de Ana, iba viento en popa, pues, su forma saludable de alimentarse iba más allá de la creación y todo porque su madre laboraba hasta el doble al día para mantener eso que llaman hija. Cuando en el desenlace final se vió aterrada y con faltas de ver en su vientre una criatura, se llenó de fallos y de inconclusos resultados fallidos cuando el método científico no le funcionó y para nada a ella, a Ana. Y Ana, sólo sabía otra cosa que la vida sólo era de quién en el alma y en la espera y tan inesperada se debatía una sola sensación, en querer quedar embarazada. Y, ¿lo logró?, pues, contundentemente no, sólo era una niña de once años, la cual, no tenía el problema de quedar embarazada, pero, ella Ana, se acordó del aborto de su madre, y de cómo lidió con tal situación. 

Un día, hablando con su madre, le preguntó, y le indagó acerca de esa cruel y mala situación en la que ella vivió, su madre. Cuando, de repente, la madre frunce el ceño, preguntándole a la niña, a Ana, que de qué habla. Y Ana le da la carta que halló en el libro de ciencias, en la que ella se despide de un tal Guillermo. Y su madre le confiesa todo. Y que ese embarazo era ella, la cual, nunca abortó, pues, nunca le entregó la carta a Guillermo. Y que en aquel momento, sólo debía de pensar en su embarazo, y no en un cruel aborto para su criatura y así fue lo que hizo. Y Guillermo era el verdadero nombre de su padre. Cuando Ana pudo saber de la verdad, sólo se dedicó en cuerpo y alma en tener también a escondidas un hijo que llenara esos espacios vacíos de un vientre sin una criatura que creciera y que se formara en su vientre. Y era el cuarto día de su menarquía, cuando en el suburbio de lo acontecido se dió la forma más vil de entregar lo que se debió de dar un amor total y por ese flujo sanguíneo que tenía cuando era preciso y muy precedente para poder quedar embarazada. Y la esencia humana de ella, de Ana, sólo se vió inalterada, sosegada, y débilmente adolorida, con ese dolor en el vientre, cuando en el combate de esos cuatro días no consigue el resultado final de ese cruel desenlace de esa dolorida menarquía. Cuando en el instante se volcó innecesariamente en el ademán tan frío, de esas manos que palpan el vientre y sin obtener nada. Cuando en el delirio autónomo de creer en el silencio, cuando se dió lo más caprichoso de esa crueldad en el instinto inadecuado en poder quedar embarazada. Y no podía ni creerlo ni saberlo ni palparlo en ese vientre que acaba de comenzar con la menarquía, una sola preparación para llevar a cabo un embarazo saludable. Cuando en el reflejo de ese sol clandestino en que se veía el sol por la ventana de esa solitaria habitación, se dió lo más querido una mujer embarazada, otra vez. Y lo deseó tanto que sólo creyó en una sola espera en saber que el ocaso se enfrió de tal manera como poder destruir el sol en ese cielo azul en las fantasías cuando sólo se imaginaba un embarazo en su propio vientre. Cuando en el instante se creó una osadía, en la cual, por el día, sólo le come de dolor esa menarquía que le dejó todo el vientre y muy dolorido. Ella, sólo ella, Ana, sólo se electrizó un desafío y de tal manera, en que el vientre de ella sólo quería en que creciera como todo embarazo. Cuando su forma de atraer el amor a su vida, lo quiso y lo llamó a él, al niño que ella deseaba con todo su corazón y le dijo mucho, que lo amaba con todas las fuerzas de su corazón, y que quería que él fuera el padre de todos sus hijos, cuando en él vé su destino juntos y en el camino amarrado y tan aferrado de creer en el comienzo de ver a su vientre crecer. Y le expresa que es él el niño que ella amaba. Y él le corresponde, pues, es él que quería en ser como el principio de todo, como su primera vez con ella, con Ana., pero, aunque no podía le auguró de que él sería el padre de sus hijos. 

Cuando ella, al otro día, al quinto día de su menarquía, lee un pasaje del libro de Dios “La Biblia”, en un pasaje bíblico cuando el Señor Jesús, el Jesucristo sanó a una mujer hemorroísa, cuando de su manto sagrado salió una gran virtud y la sanó al tocar nada más su manto. Si llevaba más de doce años con el flujo sanguíneo, y ella se dijo que si sería ella así se hubiera muerto y no de fe, sino de miedos y de temores y sin tener la fe en Cristo como ésa hemorroísa la tuvo con Él. Cuando en el instante se debió de enfriar lo que más aconteció cuando en Él, Jesús dejó un manto El Sudario de Turín, y ella se imaginaba cómo poder tocar esa manta teniendo fe de que se le fuera y para siempre ese flujo sanguíneo, pero, no, no podía ir hasta dónde se hallaba esa manta para así con fe y con esperanza de que se le fuera la regla y por siempre, pero, ella, sólo quería quedar embarazada, y sin saber de que todavía no podía, era tan sólo una niña y de once años. Cuando en el convite autónomo de la salvedad se dió una forma de amar a ése niño, que apenas conocía, pero, quedó enamoradísima de él desde el primer instante en que lo vió en la escuela. Y sí, que quería quedar embarazada para no poder más tener que sangrar menstrualmente, cuando Ana, sólo ella, decide que el embarazo era su único poder en dejar de ver esa sangre menstrual por todos los meses. Si fue como el principio de todo y fue como el poder ver el único amor en su vientre. Cuando en el desenlace se vió aferrada y tan aterrada en ser como la hemorroísa, la cual, la fe la sanó, pero, a ella a Ana, qué tenía qué ganar o qué perder con ese flujo sanguíneo, sino podía quedar embarazada. Y se dedicó en cuerpo y alma, lo que le ocurrió y supuestamente a ella, lo que más le pasó, y lo que fue como un torrente de desafíos inertes y tan fríos como el poder ser tan infeliz, cuando en el ámbito terrestre se dió a conocer, lo que más pasó un flujo sangral desde su propio vientre y más entre sus piernas. Cuando en el momento de su menarquía ella tomó otro rumbo y otra dirección. Cuando tenía la mala suerte, sólo tenía que pasar durante más de cuarenta años con esa toalla sanitaria entre sus piernas y por cada mes. Cuando en el suburbio autónomo de la desdicha o de la decepción ella no podía queda embarazada a tan corta edad. Cuando en su mundo y en el mundo de las niñas, sólo se debió de creer en el destino y en un mal desatino, cuando en el albergue de su compañía, sólo ella Ana, espera a que su amor le diera un hijo. Cuando en su mundo, sólo en su mundo, sólo se esperó a que el destino le abriera tormento y una eficaz y adyacente manera de ver el cielo de gris en vez de observarlo de anaranjado. Y lo prefirió en observar de gris tormenta en vez de un flavo color como a su menarquía. Dejando un tormento y tan inocuo como poder ver el deseo en camisas de dolores como a su pobre menarquía. Cuando el mal deseo se comprimió dejando una estela sin sabores perdidos dentro de ese mar atrevido del flujo sanguíneo. Cuando en el mar más atrevido y el mar más perdido se dió lo que más en el paraíso o en el Edén. Cuando en el suburbio autónomo de la anatomía se electrizó lo más fuerte y una menarquía en plétora abundante. 

Y ella, sólo ella Ana, quiso dejar saber que su anatomía y su cuerpo deseaba procrear a un hijo, para no más tener que sangrar. Cuando se le ocurrió nuevamente “el ritmo”, dentro del mismo desenlace final de su menarquía, cuando se le ocurrió contar los catorce días después de su menarquía, cuando se le ocurrió citar a su amor en su casa, cuando su madre tenía horas laborables. Ella, una niña de apenas once años, y sin saber qué hacer con ese flujo y tan normal, se debatió en una sola espera, por esperar por el reencuentro de un amor y de tener un hijo con él, a muy temprana edad. Cuando ella Ana, sólo debía de creer en el amor sin consecuencias y sin problemas que le atemoriza de espantos cuando ese dolor lo recordó como aquella vez primera en que Ana sangró con la menstruación. Si en el corazón creó el único mal desenlace cuando se dió el reflejo del sol y se obtuvo como un refrescante, pero, un sólo corazón y tan enamorado, y dejando caer el desconsuelo de ese terrible dolor en su vientre. Cuando ella, sólo ella Ana, se dió como la primera vez que atrajo la razón perdida, a su corta vida de apenas once años de edad. Y se tornó desesperadamente en una terrible locura y en una sola tortura, cuando en su vida se dió la menarquía y su primera vez sangrando. Cuando en su vida llegó lo que es sangrar en verdad con un flujo desbordantemente fuerte y tan abundante. Cuando en su afán en quedar embarazada se vió acorralada y entre dos alternativas y que eran quedar embarazada o poder menstrual todos los meses y era una alternativa que no era ni le va a ella.                                              

Y lo buscó y lo halló, a su padre, un tal Guillermo. Si pudo encontrar aquella figura paternal que nunca tuvo ella. Y sí, que era su hija, la que su madre iba a abortar. Cuando ella Ana, se dió de cuenta de que los embarazos son los más importantes en la vida de una mujer verdadera. Y, que muy pronto, sería madre si así Dios lo quería. Cuando en el ocaso se dió lo más pernicioso cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, cuando en el ocaso se llenó de un flavo color, y tan anaranjado como el color de su menstruación. Cuando, de repente, se llenó de magia y fue que había parado de sangrar en su quinto día, y ya no tenía que andar con la toalla sanitaria puesta como todos los cinco días consecutivos de la menarquía. Y decidió que esos cinco días serían los únicos en su vida, ¿y, fue así?, pues, no. Si cuando en el ocaso se detuvo, cuando paró también de sangrar y de saber que el destino era igual que el camino sin ser tan cálido. Cuando en el camino se aferró en un bello ocaso y tan transparente cuando vió finalizar la menarquía. Y fue que el destino fue como el mismo comienzo de su menarquía. Cuando en el instante llegó Julieta, la niña prima de Ana, y comenzó su menarquía, pero, esta vez, citó a su amor en su hogar y quedó tan enamorada de él y sin poder hacer nada de lo predispuesto y todo porque su madre se halló allí en el hogar. Y esperando otra oportunidad llegó su segundo período y comenzó a imaginar que nunca sería madre y que nunca tendría un embarazo, si llegan los días de Ana, otra vez y más mensualmente.    




FIN