Desde el piso treinta y cuatro de un sueño
veo una ciudad boyante latiendo feliz,
orgullosa de sentirse la capital del mundo.
Veo cientos de rostros que no se distinguir,
miles de pasos que no sé a dónde van
y millones de ventanas destellando glamur.
Solo veo espejismos cayendo a la nada
cuan precioso delirio de un mustio atardecer.
Desde el piso más alto de mi pasión soberbia
veo con ansias cada tarde cuando se pone el sol
porque en ese momento monótono y seguro
sé que en cada jornada bajará el ascensor.