Me aficioné al perfume de tu cuerpo,
a la grácil visión de tu silueta,
a tu pecho desnudo,
a la húmeda caricia de tu lengua.
Fui devoto de tus ardientes besos,
de tu abrazo de seda,
del calor que manaba de tu piel,
del delicado tacto de tus yemas.
Me atraía tu juvenil frescura,
tu risa pizpireta,
me sentía propenso a la locura
de sentir la efusión de tu entrepierna.
Y al instante todo eso se esfumó,
la imagen y la idea,
me convertí en adicto sin su droga,
en Paris sin su Helena.