Raiza N. Jiménez E.

Plegaria.-

Me agitan tus fuscas ojeras, que ocultan llanto.

Se lían con las noches suplicantes del adiós.

Todo es sombra si no estás y no hay arribo.

Se refugia mi alma afligida al constatar tu huida.

No estás y no te has ido, ni te irás de mi ayer.

Veo el etéreo abrigo del alma en pena y te diviso

tan opaco y espectral, como debe ser la muerte.

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¡Mi alma ora su plegaria para todos los mortales!

Elevo mis sentidos al Supremo para matizar el dolor.

Nada se va de este pecho que cobija los pasados.

Se eleva jubilosa la razón cuando se encuentra.

No busca nada mi curiosa osera, sólo el descanso.

La cortina de la mentira se yergue triunfal ante mí.

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¡Todo es yerro cuando se hace invisible y filoso!

Mis ojos carnales ya no te ven y no te pueden mirar.

Quedó mi cuerpo preso en la vorágine de tus besos.

Osadía ha sido, aspirar besar al viento, en cautiverio.

Blasfemar quisiera, mis deseos de apresar tu alma,

pero sola en su desierto suele ella cultivar sus ansias.

Me cuestiono en la virginidad de mis sentires y temo.

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¡La pureza no existe cuando te sientes indeseable!

Acudo con animoso esfuerzo al encuentro con mí ser.

Nada me indica que esté en el camino atinado y sigo.

¿Serán purgas que se asigna mi espíritu rebelde?

El amor y el odio son hermanos que se encuentran;

viven en diferente senda, pero tienen igual esencia.

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En plegaria lanzo  mi canto para llamarte, AMOR.

Nadie nunca sabrá de mis luchas con la sombra.

Tragedia crean los opuestos cuando se separan sin

dejar trillada la senda y, volver al cíclico encuentro.

La oración de los amantes es el grito alterado de la

súplica que, camina en la búsqueda de los milagros.

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¡Todo vuelve a su raíz y, el amor está condenado a

 vivir con la muerte viva y, sin remedios, terrenales!

¡Sólo la oración redime y hace nido a la esperanza;

implorad, orad al cielo, por el amor y gran bonanza!