Una Rosa fue creciendo
bañada con la ternura
del agua tan limpia y pura
y hermosa fue floreciendo.
Aquel color rojo intenso
alegraba las miradas,
miradas apasionadas
propias de un amor inmenso.
Se gozaron los jardines
con su color tan radiante
con su luz tan penetrante
como la de los Jazmines.
Pero ella se fue opacando
sin cuidados intensivos
y con desprecios nocivos
que la fueron mutilando.
La golpearon los vientos
marchitando sus colores
dejándole sus dolores
con pétalos polvorientos.
Cortando fueron sus hojas
y su corola dañando
tristemente soportando,
soportando sus congojas.
Se quedó como en desierto
desolada y sin cuidados
al tenor de los malvados
que provocan desconcierto.
La Rosa cayó marchita
llorando con desconsuelo
tristemente ya en el suelo
como pobre muchachita.
Sus pétalos terminaron
resecos como la muerte
y... ¿por qué tan mala suerte,
por qué ya no la cuidaron?
Las hojas fueron secando
como el pasto en la pradera
duele ver la primavera
que pronto se va volando.
Ya no apareció el invierno
y pronto llegó el verano
en aquel extenso llano
con viento otoñal galerno.
Su tallo se fue tullendo
poco a poco y sin aviso
y en el tiempo más preciso
poco a poco fue cayendo.
¿Quién te salva Rosa mía
de la terrible penuria,
quién te causó dura injuria
sin regarte día a día?
Y la Rosa puesta en tierra
con la maleza mezclada
triste en llanto y angustiada
se murió sola en la sierra.
Así termina la historia
de una vida envejecida
que de amor empobrecida
ni gozó dicha mortuoria.
¿Cuántas hay en el planeta
muriendo sin paradero
perdidas en un terrero,
se pregunta hoy el poeta?