Cerca de mi casa
había una ermita
con sus paredes muy blancas,
parecía de esas que se pintan
en los cuentos de hadas,
por eso había mucha gente
que siempre la visitaba.
Estaba cerca de un monte,
y en el invierno nevaba,
aquella nieve tan blanca
le daba una bella estampa.
Tenía un campanario
con unas bellas campanas
que el sacristán de la ermita
las hacía sonar cada día
a la salida del alba.
Cerca de aquella ermita
había una gran explanada
llena de flores y acacias,
donde yo jugaba con mi pandilla
en nuestra infancia.
En la primavera
miles de golondrinas
se posaban entre sus ramas,
y en una fuente que había,
allí bebían de su agua.
Qué tardes tan gratas
allí yo pasaba,
qué puestas de sol se veían
entre las hojas verdes de las acacias.
He vuelto a visitar a la ermita
y se me ha partido el alma,
ya no hay niños que jueguen
en aquella gran explanada.,
allí ha crecido la hierba
y están mudas las campanas.
En la ermita no hay altar
los bancos se han derrumbado,
no vienen las golondrinas,
a anidar en su tejado.
Sus puertas están cerradas,
nadie viene a visitarla,
y las rejas que tenia
se oxidaron con el agua.
Qué sola se ha quedado la ermita…
De aquellas tardes de juegos
en aquella explanada,
ya no ha quedado nada.
Y al intentar recordar
aquel tiempo de mi infancia,
con el viento de la brisa
se me ha escapado una lágrima…
JOSE LOPEZ MATEOS