Tal parece que soy un inquilino
nada más en tu corazón.
Un inquilino de tu cuerpo,
de tu cama,
de tus noches, de tu amor.
Ya no aprecias el azul grisáceo
de las madrugadas,
el suave aroma de las violetas;
los sonidos de la lluvia
cual lamento de mi voz.
Ya no recorres de mi brazo,
las cañadas, las veredas,
los caminos hacia el mar.
Hoy cruzo sólo, sólo,
la vereda sola que al río va,
entre piedras y barrancos
al igual que mi soledad.
No aprecias más los detalles
de las selvas, las sabanas,
las nubes en las montañas,
ni el salado rugido del mar.
Eres indiferente a todo;
a mi vida, a mis modos,
al olor del musgo fresco,
al tañir de las campanas
y a los besos que te doy.
Por eso me siento sólo,
triste, abandonado,
por que aunque estés a mi lado
no compartes mis anhelos,
mi entusiasmo, o mis sueños,
ni mi mucha soledad.
©Armando Cano