Si asesinaran este cuerpo inválido,
con su promontorio de estúpidas caricias,
y esta leve paloma de lágrimas petrificadas,
ampararían la bruma con su carcaj de flechas
consumidas. Las estólidas plumas, habituadas
a lo impasible de los estadios, descenderían
firmes a segar los sueños abonados de estrellas,
las arterias comerían de sus sucias manos
por una vez, y la rutilante belleza de la noche
atronaría las cabezas de los muertos.
Yo detendría a sus astros entre mis brazos, empapados
con lluvia de otras noches, con la calidez de otros días.
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