Alberto Escobar

Canales, mi apellido.

 

Si no quieres romperte por dentro
tienes que hacerlo por fuera.
—Parafraseando a Ramón y Cajal—

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me abrí en canal.
Así fue hermanos, me abrí en canal para que un cabotaje
pudiera discurrir aguas arriba al incontrovertible Pacífico.
Me dejé las agallas en pepitoria.
Sí, las dejé nadando sobre el mar de su ausencia.
La fuerza que la voz imprimió sobre mi yugular
quebró de muerte la resistencia ultravenosa
de mi desazón, el grito de socorro fue su silencio.
Decidió trasponer el final de este episodio que os cuento,
dejó a vuelta de llave unas esperanzas sin espera,
el rímel derramado sobre la tapa del váter,
el olor a carmín impregnando el inicio del fin,
todo por amor al arte, gratuíto, barato y desasosiego.
Pessoa sobrevolando mis conceptos, el gorrete hongo
que le preside en sus fotos traspasando el viaje del tiempo.
Me siento en el bar \"El Duende\" sito en la plaza del Rossio
y me dejo pensar, al ritmo de las olas que esperan el estuario
de un Tajo sin desembocar, de un mostachito al rollo hitleriano
que le caracteriza y que le ahonda en el helor de su pensamiento.
Así fue bródeles, me abrí en canal hasta que Panamá
firmó su clausura, sigo en ascuas, bajo unas enaguas raídas
por la inconsciencia miró sin ver, ni oler, ni acariciar.
Mi voz no sale, espera su turno y su melodrama,
su entonación aunque no sea afinada, su pronunciación
que si no sucede explota, su angustia en barras, sin troquel
ni espada, sin manada ni bestia, sin lazada, sin escaramuza pelada.
Me dejé las agallas, y no siento las piernas ni las tablas.
Me siento, miro la estrella que la luz reproduce cuando brilla.
Me asomo, miro el verdor del parque, solaz y descanso, y pido venia.