Tu corazón es un libro que sangro,
abro cual mariposa y leo con fruición.
—Don Antonio de Sevilla y Castilla—
Leerte.
Cada día, al amanecer el sol te leo.
Dejo que el sueño que dibuja tus ojos
—cerrados antes y entreabiertos cuando
notas que observo, fingiendo sueño—
se esparza en meandros, confluyendo,
parando el tiempo al iris atento de mis ojos.
Te leo, leo con detenida fruición el rabillo
travieso que se va despidiendo, hacia la sien
perversa e indolente que linda con tu oreja.
Leo las ondas que orlan la magnificencia
de tu frente, que van rompiendo contra
el estrecho aguacero que nutre tu hermosura.
Leo, las mejillas vencidas por gravedades ajenas,
que rinden pleitesía al espaciotiempo que se nos abre.
Leo, la pronunciación de tu barbilla, que principia
la maravilla de tu cuello, hasta abrirse de yugular
frente al valle de tu pecho.
Leo, y releo mañana tras mañana, aurora hoy, aurora
venidera y aurora histórica y antaña, siempre, tú,
mi primera lectura de este día, de aquel, de ese,
y la más profunda, sima que abre el piso que hollo.
Leo, te despiertas cuando cierro tu libro, me sonríes,
me muestras la espesura lechosa de tus dientes,
las narinas cual ventanas que esperan el viento...
Qué más decir cuando las palabras claudican...
al unísono respiro...