A ti mujer rosa perfumada, a la vez fuego y agua, como resplandecías por la mañana, cuando yo dulcemente te despertaba.
Al borde de tu lecho me sentaba, estabas tan cerca y a la vez tan lejana.
Reptaban mis caricias disimuladas, por tu bello cuerpo blanco como el de un hada.
Tu te hacías la dormida como si nada, esperando quizás hasta donde llegara, ese impulso mío de caricia enamorada.
Y tenías razón: yo te guardaba como sirviente fiel que, aunque se abrasa, bendice su martirio a quién lo manda.
Una luz celestial me invadió el alma cuando al fin despertaste risueña y clara.
Y sentí emocionado tu voz deseada, tu voz como la brisa, que besa y pasa.
\" Toda me siento tuya, pero no hagas nada por retenerme siénteme y calla \"
Y al levantarse de entre las sábanas, dejó un aroma de rosas, de mar y jaras, hizo cielo e infierno toda la estancia.