Vete amor mío, viaja, y si vuelves
y me miras con los mismos ojos
dime que quieres morir a mi lado.
Vete lejos, desalójame.
Despójame cierto del cáliz de tu sangre,
viérteme cieno sobre el aura de mi carne,
ríndeme el fúsil, que enhiesto humea, negro.
Viaja, siéntete fuera del círculo que te tracé
apenas conocíte, mírate con estos ojos
que te llevaste y que no busco, porque no los veo.
Yo te despojo, en el nombre del padre, del...,
te despueblo del ayuntamiento que alto presidió
ese hiato que se abrió, en cuanto tú te fuiste.
Vete, despójate, pero si vuelves llégame
como un Ulises maltrecho, sin cetro ni posesión,
no vengas a vengarte de ninguna de las pretendientas
que pretenden mis alhajas, no, guarda cola y turno.
Anda, discurre sobre las aguas y pártelas si es preciso,
como Moises atrevióse en el desconcierto pétreo
de un desierto que vomita rojiza arena.
Si quieres volver ya sabes de mi paradero,
un paradero que aguarda en la esquina de la calle,
una calle amiga del puterío y la juerga, un paradero
que de mañana temprano sube a tu escalera
y te ofrece el pan y la sal que me negaste.
No mueras por mí, porque si lo haces la incógnita
de la ecuación nunca quedará despejada, nunca
veré en las esquinas de tu rostro las raíces cuadradas
de tus desvelos resueltas sobre el papel pautado
de mi farsa, de mi entretela raída por el desengaño...
No te mueras, pero si quieres morir, hazlo, por mí.