Una caricia tapiza al llanto
en la concavidad
donde pertrecha la hoguera.
Tu voz…
hurgón briago erguido en lengua
desparramando sigiloso
las cenizas de este fénix muerto,
dejando los rescoldos mustios
sobre el cantil de las venas.
Le deshilaste al horizonte su abrigo,
inmutando aquel aventurado cabello.
Despertaste en golondrinas los
clavos que apuñalaban maderos
en mi incierto navío.
Náufragos en la huida,
tus ojos,
como anclas hollaron las yemas
apagando vientos tatuados en las velas.
Dejaste esta piel…
Arcilla, para esconder las venas,
hierro para espesar mi sangre,
imaginero de manos heridas
forjando otra escultura en la pasarela
de una pena.