Cada noche, a punto de las doce, presa del insomnio, me ataca el silencio y la quietud,
esa quietud corporal que incita a mi ansiedad a devorarme parte por parte,
mientras mi mente revolotea en lo que debería,
para despúes aterrizar en lo que puede y teniendo como conclución la misma de siempre,
nada, nada puedo aun, nada quiero.
tarumba, el dilema es el mismo.