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**~Novela Corta - Un Alma en el Trémulo de Luz - Parte I~**

Humberto, un señor de mediana edad, no era tan viejo sino un adulto con sus cabales fuertes y bien puestos en su sitio. Se dedica a pescar de todas clases de peces, si era muy común pescar el pez dorado. Y era un señor muy feliz con su trabajo de hace dos lustros de servicio y de laborar como pescador en un mar tan hermoso. Un día, llega temprano a laborar con su caña de pescar a la orilla del aquel mar sosegado y tan perdido entre las olas, levanta los pies y sube por el peñasco casi en la orilla de aquel mar y observa a todo el mar desde allí, desde la punta de ese peñasco, y se dice para sí, -“¡qué bello mar!”-, y si era la alborada del día 10 de enero del 1935 y el crepúsculo no cambió en nada desde que salió por la mañana en ese bello amanecer el querido sol. Cuando en el peñasco por donde se subió Humberto a pescar, sólo halló peces que él quería y deseaba pescar, y le fue tan fácil, que se fue para su hogar y con tanta carga por haber pescado mucho. Y se fue para su hogar con la carga de pescados que logró pescar, y felizmente acechando la manera vil de creer en el ocaso cuando en su carga fue fructífera, la de ese día. Humberto cayó en un mal desenlace, cuando en el ocaso quedó vilmente herido el mal deseo de ver en su camino a una mujer cuando se dirigía hacia su hogar con tanta carga de pescados. Cuando llegó la noche en caer dentro de ese mismo ocaso, cuando llegó la noche a descender fuera de la noche fría cuando ocurrió el desenfreno de ver el cielo de azul añil. Y se cruzó esa mujer bajo el trémulo de luz de una vela encendida. Cuando le ocurrió de todo, desde que llegó el frío a su piel, a tocar a su débil cuerpo si ya su razón se convirtió en deseos de entregarse por completo a una mujer y ¿la había hallado?, pues, tal parece que sí. Cuando vió a Ofelia en medio de la calle de la Cruz, porque así se llamaba la calle, vió a una mujer tan alta y tan esbelta y con un porte trascendental, como si fuera toda una diosa del Olimpo. Si Humberto, cayó en redención cuando su nombre quedó en el mar perdido y tan bravío como todo el mar que le dió a  Humberto los peces. Cuando en el ocaso frío navegó con su lancha a todo ese mar bravío, y obtuvo lo que premedita pescar todos los peces necesarios para la compra y venta. Cuando Humberto quiso pescar los peces, pescó con su gran red sobre el mar perdido. Cuando quiso ser como el universo o como el mismo instante en que se dieron todos aquellos peces en que se reflejó un momento en que vió a aquella mujer sobre la acera caminando en lado contrario y que logró ver a través de sus parabrisas. Cuando en el combate de creer en el instante, él, Humberto, creyó en la noche fría, cuando vió a la mujer vestida de color blanco sobre aquella acera, donde guardaba su más delicada atracción su vida y más su deseo, cuando lloró al ver a esa mujer como una prostituta vendiendo a su cuerpo. Y se dijo qué mal, y que una prostituta vende su cuerpo en la calle de la Cruz. Y era el 10 de enero de 1935, cuando en la noche fría se dió lo que más se enfrió en la noche álgida y tan aciaga. Y Humberto  quedó inerte, flojo y débilmente inocuo, cuando vió a todo aquello que se llama mujer. Y él, Humberto, sólo quería a una mujer para amar. Si era ésa, sólo lo sabía su corazón y su destino y su camino lleno de magias y de saber que el cielo pintaba azul añil y de una noche tan fría como el mismo hielo. Porque cuando en el aire dibujaba a colilla de un cigarrillo, haciendo la silueta de una mujer que sabía lo que quería. Si en el aire dibujaba eso, sí. ¿Y era ella?, si era un deseo el que llevó por siempre en el alma deseando amar nuevamente después de tanto tiempo y sin amor. Si en la noche se reniega un camino lleno de salvedades claras como lo que era ella ¿una prostituta?, pues, tal vez no. Él, Humberto, sólo sintió un gran deseo en amar a ésa mujer que le llenaba el corazón de claras doncellas imaginativas, y se imaginó a Venus, a Mata Hari y Juana de Arco, se imaginó lo peor con ésa mujer que caminaba por la acera, cuando en el combate de creer en el alma, cuando en el deseo se calmó seriamente cuando la confronta de verdad, cuando en el alma de ésa mujer llevaba claramente una luz sobre ella misma. No era luz de los faros del automóvil sino una luz tan clara y contundente que sólo se veía venir sobre él, a Humberto. Cuando en el alma se dió en la fogata del camino una luz trascendental en que sólo el juego de luces se veía llegar hacia ella misma y hacia él mismo. Cuando en un alma en el trémulo de luz se vió lo que conllevó una dulce atracción una luz trascendental y casi inocua, pero, era como una luz sobre la luz de una vela encendida. Se dió lo que más se dió, una luz casi tan real, como el mismo instante en que se dió el comienzo de caminar sobre el mismo momento en que se creó el momento de dar lo que trae esa luz en ésa mujer. Cuando en el camino se entregó lo que se dió en el comienzo de creer en la magia de sentir el silencio en saber que la magia de esa luz le tragaba hasta el alma a Humberto en el interior de su propio automóvil por saber de qué o quién provenía. Esa luz en el trémulo de luz, venía ella Ofelia, caminando por la acera, dejando huellas indelebles en el suelo y con una estela de luz sobre su cuerpo y desde su propio interior. Él Humberto la vió, la persigue con sus ojos, y más que eso le importa indagar qué era esa luz sobre ella, sí, parecía un ángel caído del cielo, como perpetrar una blanca osadía, si era esa luz transparente, inocua y trascendental. Como si fuera la única vez en que se abrazó el deseo, la luz y el camino, en que llegó a ser como la misma diosa del Olimpo o en ser Venus, Mata Hari o Juana de Arco. Sólo se llevó la gran e inmensa sorpresa si parecía un ángel de Dios, o una vela en el trémulo de luz encendida de esa cruel vela que alumbró todo el camino en llegar hacia su propio destino. Si el deseo de ver a ése ángel caído del cielo como preámbulo de la buena suerte o de una muy mala racha en mala suerte. Sólo ella quería amar a alguien o a algún hombre que la quisiera amar. Cuando en el desenfreno total de la amargura o de la amarga espera, sólo esperó por ella, por esa mujer en el trémulo de luz encendida cuando la vé llegar hacia él, Humberto. Y el mar bravío tempestuoso, intranquilo y sin ser sosegado, inerte y tan frío como el hielo de una noche a expensas de la suerte y del álgido viento que recorría por sobre el mar como en una bruma espesa. Y fue Humberto, el pescador de peces, si dentro del interior de esa luz que yace en la acera, él, Humberto, sólo veía una luz yacer entre el vestido de color blanco que poseía ella Ofelia y sin concer la verdad Humberto desde su automóvil, no se detuvo hasta que su automóvil se aberió más adelante. Cuando en la poca noche fría, se sintió el deseo y más el instante tan muerto como el cuerpo frío de Ofelia, parecía tan real, tan efímera y con tanta penurias, que soslayó en un trance y por tanta soledad, en medio de la calle de la Cruz, en el pueblo donde ellos residen. Ofelia, una luz en el trémulo de luz, si era como una vela encendida en que sólo el viento tocó como trastocó el aire al sentir su perfume y un suave caminar hacia el automóvil, aún no se baja del auto Humberto, si la perseguía tras del retrovisor, y supo que el deseo es tan ambiguo como lo continuo en que ella Ofelia se halla de él, de Humberto. La luz hacía más flas y más resplandor que nunca y que antes, cuando en la noche fría se apareció Ofelia frente a Humberto. Y Humberto tratando de encender el auto pero, fue tan infructuoso cuando sólo quedó varado allí mirando por el retrovisor a esa luz tan blanca y con un resplandor tan perenne que duró como treinta segundos, y sin parpadear los ojos, y sin avisar el comienzo de conocerse, tuvo miedo, pánico y pavor, y muy temeroso con los nervios de punta abrió la puerta, no quedó petrificado allí dentro del automóvil, sino que se bajó a revisar lo que tenía el auto y de porqué se estacionó allí mismo donde estaba la mujer de la luz al trémulo de luz resplandeciente en la acera en la calle de la Cruz. Si era como la misma osadía y que por el día no se veía, sino que por la noche salía y con toda su luz mágica hacia el correr del tiempo. Y el tiempo casi se disuelve entre las horas, minutos y segundos, cuando su luz yace desde su interior llegando hacia la osadía de ver en la noche fría y tan álgida el desastre de ver y de entregar el coraje de caminar en soledad por el tiempo y más por la acera entre aquel mar perdido y de donde, tal vez, salió Ofelia. Cuando en el trance vivido, sólo quedó varado allí como esa luz que lo perseguía más y más, pero, sin saber ni sospechar que esa luz seguía hacia donde él. Deleitando más la fuerza y la fortaleza de ésa mujer en que sólo el dolor se debía de creer entre los huesos de ésa mujer que se hallaba harta de la vida misma. Cuando en el delirio se cometió el vil de los asesinatos, un suicicido por parte de ella misma. Ofelia, era la dulce muchachita en que se halló en la bella pubertad de la vida, un día amó a un hombre y ése hombre la abandonó, era de la misma  edad, pero, por ser tan jóvenes se dió la necesidad de abandonar todo por los estudios. Y se fue del pueblito y de la calle de la Cruz, cuando apenas y en expensas se conocían entre los dos. Cuando en la magia del universo cayó en redención dejando inerte una luz sorpresivamente inocua, pero, realmente temerosa y con miedos sólo quiso ser como un alma en el trémulo de luz, y sí, así fue Ofelia. Cuando en el parecer de la vida, irrumpió en malos deseos lo que más soslayó en el albergue de la vida misma, y como la misma mala suerte en la vida de Humberto. Cuando en el hambre y en la sed en todo su ser dentro del mismo combate de mirar y de observar aquel trémulo de luz bendita o maldita. Cuando la luz llegaba a su fin, cuando apenas se acercaba a él, a Humberto a conocer aquello que se llama hombre. Cuando en la calma y en su pobre alma, se dedicó en cuerpo y alma, a ayudar a  Humberto con su automóvil, ella aunque era mujer no sabía nada de mecánica, pero, se le acercó a él. Cuando en ese momento se dedicó en cuerpo y alma a ayudar a Humberto con su auto. Cuando en el alma se dió una luz tan transparente como el mar abierto en calma, pero, tan bravío como la tormenta o como la misma tempestad. Si en el mar quedó como el mismo instante en que se dió lo que más se ofreció y más con Ofelia. Cuando en el trance indebido del ocaso se dió lo que más se abrió en el alma, cuando en el momento se debió de creer en el mismo ingrato desenlace, cuando su luz ya se apagaba. Y en el alma un final en que se cree en que el silencio se cuece como el mismo sabio momento, cuando en el ocaso se enfrió como la forma más atrayente de ver en el cielo un azul añil, en que la noche es tan fría como el mismo deseo, cuando en el deleite y tan delirante se dió lo que más en el desastre se tornó tan pesado. Y la luz llegaba a su fin, después de creer que ya llegaba a él, a Humberto. Y Humberto, casi nervioso, casi miedoso, casi se desaparece como el mismo trémulo de luz en que ésa mujer llegaba hacia él. Cuando en el instante se debió de amarrar lo que más creyó en el alma, dejando una luz inerte cuando en el ocaso creyó un fuerte dolor como el haber sido dolido en el alma. Cuando en la noche se ventiló un sólo viento como en la bruma espesa por delante de todo y en el alma quedó como la luna más fría como el aire en la misma piel. Si en el deseo se abrigó como tormento abierto y en el alma un sólo deseo y era esa luz que le cubría todo el cuerpo. Cuando en el instante se debió de ver el cielo de gris, pero, era una noche clandestina de soles en la noche abierta. Cuando en el desierto se obtienen mayor desconciertos y en ese mar abierto, sólo soslayó un buen y un mal deseo, como una buena y mala suerte de ella, de Ofelia. Si fue como albergar un momento en que se dió lo más que quiso en el alma, un alma en el trémulo de luz. Y ocasionó un mal y una cruel mentira desde su interior cuando en el alma se dió lo que más pasó una y muy mala suerte desde el alma perdida. Y fue ella, Ofelia, la que desde la acera caminó en busca de ayuda y se detuvo un automóvil, el cual, se llamaba Humberto el pescador de grandes peces. 



Continuará…………………………………………………………………………………..