Alberto Escobar

Instílame.

 

Entrégame tu música, cuéntame lento las horas
del arpista ciego, ese que acaudillaba los sonidos
como ínfimas gotas de rocío que instilan el aceite
del existir.
*Terenci Moix. El arpista ciego*

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Tú música, sí, esa quiero.
Tú, lento, descaecer, el alto cerro
disolviendo el agua de tu manantial,
fría, sí, como témpanos de flor,
como sonidos sin garganta,
quisiera el íntimo existir de tu gota,
de tu inevitable y mutable esencia,
tu frasco de rocío, temblando a la mañana,
aceite graso, craso error de no morirte
en el cuenco de mi lecho, acaudíllame,
frótame con tus manos la esquina
de mi músculo y después, después sí,
siéntate de piernas en ángulo obtuso,
coloca cual última pieza de puzle el arpa,
y acarícialo hasta que Morfeo me clausure
despacio la persiana de mis párpados.
Entrégame, sí, el cuento de tus horas,
del enigma que bate tus sienes,
de la incógnita que explica tu álgebra,
y muéreme ciego, lento, despacio,
gota a gota de un rocío turbio y suspenso.
Cuéntame tú, Terenci, cómo era aquello
de la vida de palacio, historias de Cleopatras,
Tutankamones y akenatones que nunca fueron.
Si te vas —tras me hube dormido— ciérrame
imperceptible el sol de la ventana, la puerta
corredera y llama a los pies de mi cama al viento
que cual venero salga del abanico.
¡Ah, se me olvidaba Terenci! Instílame hasta
el corvejón de mi memoria la presencia inmutable
de estos momentos, por favor.