¡Como recuerdo mis años dorados
cuando del mundo su rey me sentía;
cuando la llama de amor encendía,
llena de ensueños, en versos bordados!
¡Tantos delirios que fueron saciados!
¡Tantas caricias y tanta ambrosía!
¡Tanta ternura que fue melodía,
cual serenata de acordes sagrados!
Llevo en mi boca la huella inefable,
huella que un día pintara otra boca
plena de anhelos, sensual y adorable.
¡Eran los días que todo provoca
ese deseo con sed insaciable,
lleno del fuego, que el alma disloca!
Autor: Aníbal Rodríguez.