Mi poema,
hecho de pausas y silencios,
escarba en el ritmo secreto
de esa lluvia
que hacía pedazos la noche
contra el techo de zinc
mientras el mar tumultuoso
se destrozaba contra la
oscura arena del Pacífico,
inundado y hecho trizas
bajo el fuego de los relámpagos;
veinte años ya
que este poema
busca el ritmo de su cuerpo
que temblaba a mi lado,
no sé si por la tormenta
o por el presentimiento
de algún nefasto sino que hoy,
ya para qué,
toma forma en este cuerpo
que se inclina cansado
ante la tarde.