Una mañana escuché con sorpresa e indignación, una
noticia difícil de soportar: mi hermana podría usar zapatos
de tacos altos y pintarse los labios, pues cumpliría 15 años.
Escondí las manos, para contar cuántos años me faltaban
para convertirme en señorita. Mis dedos se confundían por
la envidia, nueve, diez, once… Seis, !!! Seis siglos debía
esperar.
¿Cómo haría para esperar y conservar emociones e ilusiones
durante tanto tiempo? Desde entonces aprendí que si
perdía mis quimeras me quedaría sin porvenir...
Los domingos después de almorzar, los chicos salíamos a la
vereda. Mi hermano pateaba el fútbol contra la pared, mi
hermana secreteaba con sus amigas y yo, antes de salir,
miraba en el espejo si mis trenzas, sostenidas con un moño
azul, se veían lindas y si mi boca no estaba sucia con tuco.
Me sentaba en el frío umbral de la puerta con los brazos
cruzados, tal como me había enseñado la maestra de
tercer grado. Esperaba que llegaran los amigos de mi
hermano, en especial Jorge, su compañero de la secundaria;
que no era ni chueco ni velludo ni pavo como él. Jorgito
era bello, como el príncipe de Blanca Nieves.
Al grito de “comenzó el partido”, raudo y con pasos cortos,
Jorge llevaba la jugada al terreno contrario. Solo había
tocado la pelota tres veces, una para recibirla y burlar a
un tal Juan, la segunda para pisarla con suavidad y una
tercera para patearla de voleo, con tanta puntería que la
pelota cae entre mis manos. El viene corriendo hacia mí y
al entregarle la pelota, me besó la mejilla y se va al grito
de Martita…
_ ¿Querés ser mi noviaaaa???? _
El silencio prolongado fue suficiente, qué palabra podía
utilizar, cuando el rubor de mi cara infantil respondía con
vergüenza y enamoramiento.
RAICES Y HUELLAS.
Las huellas que me dejaron las raíces del pasado más
lejano, no se borraron de mi vida que viaja por encima del
tiempo y el espacio. Algunas veces escucho las risas de las
travesuras infantiles con mis primas o el sonido del vals
quinceañero. Otras veo el vestido blanco de novia o los
pañales bailando en la cuerda al compás del viento. Mientras
giro y giro me trepo a las ramas del naranjo, fascinada
por el maravilloso vuelo que cada tarde, en secreto, me
eleva hasta rozar el sol…