La belleza que se opaca, tras sentir el impacto de la tristeza que llegó cabalgando sobre el viento del oeste, salvaje e impetuoso, espinoso de domar.
Viento que se asoma apresurado, obstinado en opacar el brillo de cualquier vestigio de la primavera que se ha ido, dejando promesas imprimidas ocultas entre las ramas en otoño.
Belleza que se opaca, como el iris de los ojos neblineados por lágrimas brotadas en melancolía, como flores privadas de libertad, cortadas de sus nudos y deshidratadas, para luego depositarlas en armarios y cajones privadas de luz para perfumar, exhalando de sí aromas en tono tristeza, por no sentir el sol sobre sus pétalos...
Bellezas opacadas por vanidades, que solo un corazón duro y empobrecido lo podrá disfrutar.