Les voy a contar una historia triste,
la de un hombre que creyó
que la luna existe.
Fue un privilegiado desde que nació,
todo lo tuvo, la suerte lo buscó.
Siempre educado en colegios privados,
buena universidad y mejores post-grados.
Aprendió de todo lo que el hombre hoy sabe,
conoció países y cruzó los mares;
pero insistía, a pesar de todo,
y de saberlo todo... ¡que la luna existe!
Señalaba al cielo, en las noches sin nubes,
decía ver un astro de blanca lumbre;
todos se burlaban, le compadecían,
pero el pobre tonto en su idea loca... persistía
(fue un invento de Julio Verne, todos le decían).
Se rodeó de gente culta y de literatos,
de gente de poder, de catedráticos.
Se volvió bohemio, visitó burdeles,
compró cien amores y disfrutó sus mieles.
Pero llegó el ocaso y la melancolía:
Y una noche de lluvia, una noche muy fría,
terminó la historia de su vida triste
y murió diciendo que... ¡la luna existe!
xE.C.