Escucha, escucha
hay una voz que no suena,
una fusión de ecos,
un negror de fusil y balanza,
una lágrima que sufre
sus hijos muertos o desangrados,
en mitad de las carreteras,
o en el silencio, en las aldeas
devastadas. Con sus dientes,
con sus mandíbulas,
con sus crujientes lenguas, como
permanece muda. Escuchad,
escucha, la sangre acartonada,
padeciendo como nunca, hasta
ascender a los labios, y salir expelida,
como una noche que se escapa del cuerpo.
En la negrura del tiempo, en los minerales
dispuestos, en las simas o en los vertederos,
crecen esas voces, llenas de costuras y ojos.
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