Alfredo Saez

-Los Árboles de la Vida-

Lento se aproxima austral el otoño...

con pala, un pisón, balde y los rastrillos

se hermoseará el coqueto botánico moño

de la chacrita de Heber en Los Cerrillos.

 La rotunda seca, persistente,  muy cómplice al atasco

en el polvoriento tajo ardiente de la fatigada pala pocera,

pide ayuda por descanso al curso del incipiente chubasco,

húmedo viajero que solo recién regará por lejana primavera.

¡No importa! Recio esfuerzo muscular se ofrecerá en más

que la olla desde su vientre humífero parece ser suficiente,

huésped  uterino de la raíz cupular de tan bellos jacarandás:

ellos darán la gratitud de su violáceo manto, floral y reluciente.

También habrá lugar predilecto para un admirado lapacho

tinte colorado, fuste titánico, firmeza de esplendor ferroso,

impenetrable al hacha en la tenacidad de su imperio macho

con próspera datación centenaria de árbol tan poderoso.

 Turno del elegante ibirapitá de la nacencia paraguaya

en aquellas tropicales y cálidas florestas amigas

-hoy migrante unción de la querida patria uruguaya-

amadas sus sombras que cobijaron  el exilio de Artigas.

En este sudoroso, manual y rico esfuerzo sembrador

de serviciales, ambientales  bendiciones arbóreas,

el  tórrido y tenaz verano  no impedirá con su calor

advengan, pájaros y frutas, en alegrías estentóreas.

Tras las fatigas, un mañana con nuevas y exóticas acciones,

que guardan expectantes un ceibo, un níspero y un ombú

recuperando la edáfica tierra las muy buenas adicciones.

Umbrío toldo terrenal, refugiará el llanto del penoso urataú.