Es ángel y marisco. Maruja Mallo
—El excelentísimo señor Don
Salvador Dalí i Domènech—
Fuiste tú, pintadora de sueños,
tú, sola, en esa inmensidad
que titilaba tu universo.
Tú, tu imposible paleta,
tú, tu violácea mueca
que traía de amarguras
al joven del veintisiete.
Tu pintar raro me tildó las sienes,
me engendró en el primer sentir
un extraño desasosiego.
Me hirió la terneza temprana
de mi ver, de mi respirar,
el olor a plomo que destilaba
tu estudio, tu recreo visceral
entre feromonas, salivas y acuarelas.
Tus escorzos, dejando arrinconado
a un lado hasta el mismísimo
cristo lamentante de Mantegna.
Desde la clandestinidad de mi ventana,
dando mis ojos al patio verdeante
de la Residencia, miro con intensa
pupila tu conversar con las chicas,
con esas que llaman las *Sin sombrero*
y la salsa —esa que derrochaste
a espuertas entre la farfolla artística
de tus tiempos— se me vierte río
sin caudal cierto pero rugoso,
que me empapa las chorreras
y desemboca jadeante en los postreros
tercios de mi compostura.
Me limpio las babas y recompongo el oído,
para seguir fonema a fonema, sintagma
a sintagma, la gramatología de tu pensamiento.
Aquí dejo fecha y firma por tus respetos.
Inmortal y amiga. Desdicha y honra, genio
e ingenio, derrotero incierto. Marisco, etéreo
mar y lodazal expuesto.
Con amor y lloriqueo de marica te dejo...