Como los vientos de rosas granates
y, que se envuelven violentos de acoplos
ante febriles otoños de soplos,
voy deshojando las horas de embates.
Y ante cilicios del alma siguiente
has de venir y dirás: «¡No te mueras!».
Tarde será, no hallarás ni mis fieras,
todo murió, quedará el alma ausente.
Se quedarán los fragores de rosas
pútridas junto a la abeja que zumba
dulces pesares. ¡Oh, dulces panales!
Mi interrogante bajel, las ansiosas
y horizontales vertientes de tumba
han de saciarse de ausencia de males.
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David John Morales Arriola