Bien entrada la noche,
cuando por la ventana
la nube dorada, desemboca,
en la tenue brisa plateada.
El murciélago vadea
la dificultad meridiana
su radar incidente y firme
por no salirse del “mandala”.
Círculos entrecruzados en horizonte
corrosión de milagros, ateos,
transportan corceles alados,
entre tinieblas sádicas, vanas.
Progresan almas en los hirvientes,
con protuberancias hirientes,
con aspavientos mordientes
que hacen rechinar los dientes.
La ventana opaca abierta,
trasdosa helio saturado
de lluvia mortecina,
cual noche vespertina.