Amanece.
El silencio va menguando su lamento con la luna en su cara.
La oscuridad se adormece entre sollozos y mientras tanto
la emboscada de tu falta se retira hasta la siguiente madrugada.
Amanece.
Vuelo a tientas entre sopores del olvido pero siempre te encuentro entre los escombros de conciencia.
Entre el umbral efímero que le devuelvo el nombre a este cuerpo que te ama y saber que no estás, hay mil segundos de piedad.
La dulzura de despertarme sin memoria la devora la amargura de tu nombre en mi boca que te maldice por no tenerte en mis auroras.
Amanece, anochecido.
Son huérfanas las rosas que asoman en la ventana, sus flores están marchitas y las espinas sobre mi cama.