Hoy, 20 de marzo de 2021, se cumple un año, en Argentina, del inicio de la cuarentena más estricta y larga que hayamos conocido. Mejor dicho, por mi parte no había vivido ninguna de este tipo y solo tenía noticias de ellas como algo del pasado. En ese momento, esta extraña pandemia ya causaba estragos en algunos países orientales y europeos, pero en el nuestro recién estaba comenzando y las noticias que llegaban de afuera eran alarmantes. Entonces se decidió cerrar todo, incluidos la mayoría de los comercios, y nos prohibieron salir de nuestras casas, con pocas excepciones y con una vigilancia extrema. No se midieron las consecuencias de semejante medida, ni el impacto económico, ni tampoco el psicológico y social, sino que se hablaba de “salud”, cuando en realidad solo se referían a la salud física.
En la actualidad la situación de la pandemia es peor en el país. Se esperaba que, a esta altura del año, estuviese vacunada gran parte de la población, al menos toda la considerada “de riesgo” pero, por el contrario, se va desarrollando en forma extremadamente lenta y hay lugares en los que ni siquiera se está vacunando a los mayores de 70 años. Ni hablar de la franja de edad de los 60, entre los cuales me encuentro y, por este motivo, me parece que no va a llegar nunca mi turno. De este modo, la llegada de una “segunda ola” nos encontraría desprotegidos. A pesar de esto y, por oposición a lo ocurrido el año anterior, casi todo permanece abierto. Aunque no esté permitido, hay lugares con aglomeraciones de gente y cada tanto nos llega la noticia de que se ha desbaratado alguna “fiesta clandestina”. Es decir, no todos los negocios continúan abiertos, sino solo aquellos que han sobrevivido a la tremenda crisis, porque muchos han tenido que cerrar sus puertas.
Durante el año pasado, la angustia me invadió en numerosas ocasiones, y pude ir superándola a medida que fui encontrando algunas actividades, gimnásticas y de baile, así como talleres literarios on- line. También, poco a poco, nos pudimos ir visitando con hijos y nieto y con muy pocos amigos, siempre siguiendo algunos protocolos. Durante el verano, el río serrano, junto al cual estoy viviendo con mi marido, se fue llenando de gente, a veces en exceso y con muy pocos cuidados en cuanto al maldito virus.
Ahora, con toda esta incertidumbre causada por las noticias que circulan, que podría volver a cerrarse todo debido a la proximidad de la nueva cepa del virus de Manaos, con el agravante de que no se han interceptado completamente las fronteras con Brazil, sino que solo están restringidas, regresan los fantasmas del pasado. Vuelve a mi mente el temor al aislamiento social y al confinamiento, a no poder ver a mis seres queridos, y a que a mi hijo, sobre todo, porque se mantienen, él y su pareja, con esa entrada diaria, no le permitan abrir su negocio. Es terrible vivir así, el tiempo pasa y esto parece no tener fin.
Susy Espeche
20 de marzo de 2020