No escribiré más,
digo,
nunca más dejarme llevar
de mi ridícula mirada poética...
pero me descuido y
ya están ahí las letras
danzando en el vapor de una mermelada de fresa.
Mi vida, un encadenamiento de épocas:
El tiempo de obedecer y el de dormir.
El de estudiar, mitigado con el nadar de los veranos.
El del trabajo, mucho trabajo, y algún viaje de placer...
Hasta el del dolce far niente
aunque sin mucho dolce.
Luego llega la calma a mi vida
y me permito medir las épocas
al ritmo de los campos:
La de los almendros y narcisos.
La de las camelias y cerezos.
La de la colza y la arveja.
La de las malvas.
La de avellanas y almendras.
La de crisantemos...
Ahora contemplo las épocas por los frutos:
Una primera de mermelada mora roja,
después la de cereza, la de duraznos, la de higos...
la de dulce de membrillo
y la última, la de deber cumplido.
Pero siempre hay una única época,
una época eterna de dientes de león, hierba recortada
y obediencia.