Los abrazos están manchados
de tiernas cucharillas blancas,
de tropiezos insensibles que
inauguran la marca animal
del hombre. En ese magma,
latido a latido, el hombre, siempre
perseguido, halla finalmente
un fin a su principio. Se derrumban
los fantasmas, crece el vértigo,
asolan los espectros de los claustros
el agua negra de los pozos.
Los abrazos están manchados,
las caricias también, la vulgaridad
de tener un cuerpo, se ha convertido
en mayoritaria. Hay presunciones
de inocencia, de todos modos.
Un latido, saca al hombre de su aspereza
animal, ya lo dijimos. ©