Abriendo surcos a favor
de una ocre suavidad,
te la colocas despacio
con dulce solemnidad.
Un arco de medio punto
que te enmarca los ojos,
la risa y los pensamientos,
poniendo a buen recaudo
la firmeza de tus enfados.
Herradura en el pináculo
del orgánico monumento
encargada de traerme suerte
en el crítico momento.
Domándote la cabellera,
de entre todas tus diademas
elijo la de conchas marinas;
Moluscos profundizando
en tus contornos capilares.
Aunque la de flores,
a juego con la primavera,
no tiene desperdicio.
Escondidos tras tus orejas,
sus extremos conectan
la franja de un lacio trigal.