Me enamoré de un sueño,
me enamoré de tus palabras,
de tus silencios,
de tus mares.
Me enamoré del odio en tus ojos,
me enamoré de tu sabiduría,
de tus tonterías a media noche,
de tus noches enteras,
me enamoré de tu canto
aunque no supieras.
Me enamoré de tus latidos,
de tu mundo y tu inframundo,
de la forma en la que me enfrentabas,
de la manera en la que me mirabas.
Me enamoré de los lugares en donde estabas
sabiendo que no estarías algún día,
me enamoré de tus relojes,
me enamoré de tu tacto,
de tu voz, de tu ego,
de la mañana en tu desvelo.
Me enamoré del Sol en tu rostro,
me enamoré de la lluvia en tus manos,
me enamoré de la madrugada en tu cabello,
me enamoré de cada vez que fuiste aurora boreal
cuando yo fui tu obscuridad.
Me enamoré...
Me enamoré también de las lunas en tu piel estrellada,
también de tu constelación en mi nombre,
me enamoré de la supernova que existía
en tu sonrisa al colisionar con mi norte.
Me enamoré de tu luz,
me enamoré de tu sombra,
me enamoré de tu virtud,
me enamoré de tu persona.
Me enamoré de tus dichas y tus desdichas,
de tus guerras ganadas y de las perdidas,
de tu viento suave y alegre,
de tu tristeza cuando faltaba la suerte.
Me enamoré de tu existencia,
de tu ser, de tus átomos,
de tu vida en la mía,
de tu alma de poesía,
de tu negro y de tu blanco,
de tus tacones no tan altos,
de tu sincero regaño,
de tu inoportuno regalo,
de tu torpeza sin reparo,
de tu nostalgia y de tus llantos,
de tu presente y de tu pasado,
de tu futuro,
de tu corazón puro.
Me enamoré, sí,
vaya que me enamoré...
Me enamoré,
pero al despertar del sueño olvidé
enamorarme también de ti.