Fuiste el aire, que me mantuvo vivo.
El único y genuino suspiro,
Que me dio el sustento.
El convincente perfume, que me encantó.
Y tu confianzudo cuerpo, que me delató.
Tomé prestadas tus maleducadas manos.
Jugando a las pieles…
Derribaron sin dudar, mis fortificadas murallas.
Me invitas a entrar. Sin conocer tú casa.
Siempre entro por la misma puerta.
La que pensé siempre impenetrable.
Y aunque es diferente cada visita.
Siempre es propicio para amarnos.