Las cadenas no sirven solo
para amarrar a las tormentas
que se escapan en las tardes de neblina,
allá en el Sur.
Allá en el Sur,
también se desordena el mar,
y duele el peregrinaje
y la empecinada búsqueda.
Entre la maleza se pueden encontrar
todo tipo de reflejos,
pero esa no es la búsqueda de los peregrinos,
sino el atravesar las rocas
de los que han perdido la fe.
Relevo al último que ha llegado.
Me dirá el secreto del resto de las cadenas.
Me alerta sobre las tormentas que escapan.
Furiosas se dirigen al Sur,
¿Arrasarán?, pregunto.
El silencio transmite
la inquietud de la nada.