Elizabeth Maldonado Manzanero

Abuelo

Infausta y enlutada se levanta la noche,

cuatro cirios taciturnos como estrellas 

anuncian sobre el extenso patio, 

la muerte irrefutable del abuelo.

Miro alrededor azorada a las flores

que acompañaban el errar de tus pasos

y que hoy riegan con rocío, el momento,

recogen mis ojos la congoja, en todos

los rostros de quienes te amamos,

aún se manifiesta la alegría que provocaba

tu sola presencia en nuestras vidas,

y sin embargo anochece, se nubla y caen

caen chaparrones en las miradas presentes,

no hay reinas, ni alfiles que te defiendan

no lograste enrocar, solo se coronó la muerte

esta partida finalizó, ¡Jaque mate al rey!

El amor fue tu razón y mi derecho

La fe aliada de la nueva vida hace aparecer

las sonoras carcajadas entre tus hijas,

nada que dispensar tu bien sabes que el dolor

es una máscara momentánea, como la sonrisa 

ambas latieron profusamente en el silencio

de tus pupilas cálidas, que hoy se hallan encerradas

bajo las lápidas de tus parpados y tus ojeras. 

Los grillos cantan en la ceremonia fúnebre,

lo cercano que estamos del abismo.

Pienso en tus palabras, que me hablaron de poesía,

percibo el ritmo del tango a mis oídos

y me pregunto ¿Qué vas a hacer?

>>Estas desorientado y no sabes

Que trole hay que tomar para seguir

Y en ese desencuentro con la fe

Queres cruzar el mar y no podes<<

Oh abuelo ya ves que es al revés,

soy yo la que sin ti no sé qué pasara

cuanta falta me hace escuchar

los discursos que tu boca a mi oído pronuncio.

Esa boca que sabía dejar humedad de calidez,

la ventura de un hermoso cuento,

hasta cantar su soledad y yo que ni siquiera sé

cómo expresar esta orfandad, que la mía no alcanza

ni a enunciar la rabia de la partida.

¡Ay! ¡Ay abuelo! No habrá soles que den color

a tu palidez de esta noche,

se acabaron las sendas para recorrer

no más paseos para la bicicleta dormida,

que ganas tengo de llorar y, sin embargo

las lágrimas se niegan a salir,

yo siento la frialdad de las estrellas

punzando en mis entrañas,

no quiero que esto se quede dentro,

quiero girar el volante y no sentirme infeliz

tú fuiste un gigante, luchador incansable

que se forjo a sí mismo, para formar con carne

el hombre que es hoy mi ideal.

Tú puedes contra el tiempo y con tu muerte

Salvarte también de mi ingratitud

has dejado huella indeleble, 

en el árbol genealógico de mi vida.