Lo intentó una, dos, tres, no sé sabe cuántas veces, ni con cuantos disfraces
Fue hasta los más apartados rincones, las más elevadas mesetas
Alumbrándose con velas, licores amargos, diamantes enormes
Llevando a su gato, varias llaves, su nombre tatuado en el pecho
Con los ojos abiertos tanto para el bien como para el mal
Pero no aprendió a convivir con su cuerpo
Su destino consiste en buscar la redención.