Me crece el pelo
Me siento en Valauria,
Mi amigo Eugenio
me corta la barba.
Hablamos del tiempo,
de esto, de aquello,
de España, el exilio pesa,
el alma arrastra hacia la frontera.
El loro suena canciones que llaman
a este pobre corazón,
malherido de nostalgia, el suyo...
también palpita, el exilio pesa,
el tiempo pasa y el pueblo apresa
el alma, las raices se enmarañan
tal si fueran sargazos de Malasaña.
Eugenio me habla y me habla,
mientras que el pelo cae
y ralea la barba, el loro sigue truena
que te truena viva España, los rojos
contra los azules enzarzando las entrañas,
yo le digo en un momento de éxtasis:
Eugenio, arregla el petate y vámonos
para España, cojamos a la familia
del brazo y crucemos este rubicón de saña,
de maledicencia y de ganas,
y convenzamos a policías y ladrones
del helor y el horror que engorda la añoranza.
Tras la esquila me levanto, el billete de peseta
en la mano —dejamos el franco para el francés—
y me voy de enhorabuena esperando germine
la flor de esta siembra.
España —mucho es repetida en esta tienda—
levantará sus enaguas
para abrirnos sus puertas.