Me desplazo sin miedo
a lo que pueda decir
la abeja reina de los zánganos.
Reviso las puertas.
Siento intactas las partes de mi cuerpo.
El tiempo no ha anclado en mí.
Ligero puede ser el prado que descansa a lo lejos.
Las llamas que arden sin permiso.
El odio de los sepultureros hacia los beneficiados
que saldrán de los hechizos,
de la desesperación que muestran
los que no quieren morir.
Reviso el panal.
Pienso que no han trabajado lo suficiente.
La abeja reina ordena que me echen de la colmena.
Evito los puntiagudos aguijones
que amenazan con herirme.
Salgo a la luz.
Comprendo que la existencia
puede ser tan efímera
como una cucharada de miel.