Sentado en el viejo sillón,
se tiñen de pesares las más
dulces remembranzas,
suspirando entre el miedo
y el abismo que azota mi pensar.
Engañado por mí mismo,
lucho ante lo prohibido,
observo y todo se cubre de polvo de olvido,
con cristales empañados
que aturden mis pasos sin amaños,
y se ve...
se ve desde el vacío aquel paraíso sin verdor,
envuelto en hielo ardiente
quemando risas,
e ideas que se fugan de suplicio.
Y nada más...
¿Qué haré?
Hay algo que me hiere la sangre
entre barrotes de acero,
se va el deseo, se va el tren
que no se detendrá en ninguna estación de mi alma,
soy capaz de hacerme el reproche
de no escribir en la fecha marcada sin existir.
Bastará el numen del poeta
que silenció con su escrito,
presagiando el final
de un principio en las brumas,
apostando a la ruleta,
que acordará una permuta
de una pregunta sin efecto.
No hay carta escrita,
no hay pincel listo para usarlo,
mis manos ya no estilan mi gozo nocturno,
no será tarde o temprano,
para ceder el placer de esconderme,
o cortar con tijeras,
la cuerda de mi imaginario tic tac.