Llega apenas accidental el parónimo
combinando el judaico apellido Sonsol
con el pálido “sin sol”, solo fuste antónimo,
pues Alberto iluminó mediante calórico sol.
Con su tan alta voz, cámara, repentización y micrófono,
hipnotizó, vibrante, el sentir comunicacional narrativo
de relatos deportivos uruguayos, popular primer megáfono
en plateas cautivas que al franco espectador dejaron ahíto.
Recreó las certeras imágenes del siempre nervioso baloncesto
desde las ricas usinas de la potente pasión que acalambra la voz
y fueron sus cuerdas el regio registro de un acunable palimpsesto,
notario de victorias en goleos, no importando si por diez ó por dos.
La persuasión térmica y detallista de sus gritos documentados
fue garra conceptual en rondas preclaras de paneles polemistas
siendo Alberto también el sonoro alegato de los más postergados,
apercepción la suya de honradeces no calladas en todas sus aristas.
Anticipo de unción estremecedora en valiente proclama, vital y final,
erizando dubitativas sensibilidades, tiempos de obituarios:”Yo quiero vivir!”
esa lucha terminal contra el acoso coronado de la maldita proteína fatal.
La venció, poseído, legando su beneficente y póstumo andar y sentir.