No era la primera vez que su corazón había sido demolido por alguna mujer despiadada. Pero sin importar las lágrimas, ya nada iba a recuperarla, ya nada iba a hacer que volviera. Miró la nieve caer por la ventana, estaba entrando, pero él estaba demasiado cansado para cerrarla. Tomó el control del televisor y puso las noticias, nada interesante. Quizás el debería robar algo para ocupar su tiempo, o para entretener a la ciudad. Ella habló, diciéndole que hiciera cosas que ningún ser humano debería hacer. El intentó no escucharla, pero era imposible. En un solo movimiento él se paró del sucio sofá y tiró el control remoto por la ventana, luego siguió con la silla vieja de su tía. Ya no le importaba nada, lo había dejado y estaba destrozado, y ella, esa asquerosa voz no le estaba ayudando a calmarse. Comenzó a gritar, gritó todo tipo de maldiciones que pudo pensar.
Parecía loco, pero él sabía que no lo estaba ¡El mundo era el loco! El mundo estaba trastornado, el mundo era el que le había roto el corazón, no fue ella, ni su madre o la asquerosa voz. Era el mundo, el mundo lo odiaba y él era el que tenía que pagar el precio.
Inhaló por cuarta vez el papel enrollado y dejó salir el humo, ese estúpido papel era su amigo, era el único que no lo creía loco. No importa si lo estaba.