Sí, ando rezando día y noche
y hago de mi corazón un altar;
deseo a los guerreros, honrar.
Ellos no merecen un reproche.
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Ya me he olvidado de cantar;
voy errante, sin mirar al cielo,
mis lágrimas se tornaron hielo
y, mis ojos, no cesan de llorar.
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Ya no existe el verbo consolar.
Las masas de su suelo se alejan,
los diputados con dinero festejan
y, el pobre, a su cría va a enterrar.
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Acerco mi mirada al que sufre
y veo almas teñidas de opacidad.
¡Es que se ha muerto la bondad!
Me grita uno que huele a azufre.
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Me desvanezco sobre mi alma.
En mi tierra no existe el milagro.
Todos en blasfemia piden calma
y ante este mal, mi alma consagro.
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¡Hoy los míos pidiendo van la rendición;
los miro atenta y, les doy mi bendición!
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Nota: Imagen: \'\'Cena del éxodo\'\' César Rengifo.