Raiza N. Jiménez E.

La Carta que no Envié.-

A escribirle unas líneas me propuse y flaqueé.

He de decirle, me dije, que una vez yo le amé…

Fue tanto, tanto ese amor que mi pecho, una

ventana al corazón le abrió, quería dejar salir el

dolor, pero le faltó el valor y la amargura torpe

y adormecida por el llanto, adentro se quedó.

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¡La carta que no envié en mi alma se muere!

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Cuántas veces lo deliberé e hice el intento, pero

la pluma desobediente rodaba de mis trémulas 

manos y, ante el húmedo papel, no se atrevió

a dejar, con la negra tinta, sus contritas huellas.

Es el destino, tantas veces me dije, para engañar

mi apenada y vaga razón, que rehuía a la verdad.

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¡Son letras viejas que reviven al recuerdo del ayer!

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Hoy, con certeza grávida, me miro y palpo mi alma.

El sentir es conspicuo, no se puede ocultar cuando

es real y verdadero, aunque lo asfixie la melancolía.

No es el momento, se ocultaron las palabras y los

verbos no me riman, he quedado exigua de frases,

pero pienso todos los días, que enviaré esa misiva.

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¡Escribir cuando nos consume la pena, es apuñalear

el alma; se ha de esperar que el duelo vacíe el llanto

y que la tierra nos dé su capricho en rosas convertido!

Nada es mejor que la confesión y el reposo de la pena. 

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¡Esperar el momento indicado no es negar lo pensado!