marta CARMEEN

GARABATOS Y ALGO MAS....

GARABATOS Y ALGO MAS…
Amanecí con las alas desplegadas y brillantes como arcoíris
enamorado.
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Mi día fue de ahondar, en entrañas, de olores y sabores,
de amores y dolores.
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Fue feliz, cuando escuchó el sonido de la tierra sobre su
cajón.
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La noche me da fantasías, pizca de locura sueños y
alegrías.
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Me dicen sembradora de esperanzas, no saben que lloro
abrazada a mis propios brazos.
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Cuando muera, solo llevarè lo que di.
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Tarde comprendí, que el embrujo del sicópata va de la
mano voluntaria de los menesterosos del amor.

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La intensidad es lo mejor y lo peor de mí.
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Mi boca entre abierta al beso simulado, es el cristal
invisible que separa nuestros mundos.
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Cuando los versos dan olvido a los temores, surgen mil
vidas repletas de emociones.
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Mi alma danza melodías.
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Juan levantó el teléfono y dijo espérame bajo la ducha.
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Mario abrió el horno y sacó la peluca rubia, que luciría esa
noche en la boda.
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Ana volteó y vio que su novio, le estaba acariciando las
piernas a su prima.
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Anastasio cayó sobre el charco barroso y extravió su
prótesis dental.
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La niña, con el dedo en la nariz, preguntó…
_¿Cómo será la piel de los ángeles, mamá ?_
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La anciana, arrojó sus muletas y corrió a los brazos de él.
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A sabiendas el sol, que la noche le da amores a la luna,
pizca de locura e ilusiones, se ocultó tras las agujas del
reloj.
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Lanzó un sordo gemido dejándose caer en el lecho. El amor
no pasa, no muere, se queda con nosotros. Ahondó en las
vísceras, olores y sabores de la infiel. Y se quedó.
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Voy hacia el lugar más oscuro de tu corazón. Déjame
entrar.
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El pájaro carpintero, convirtió en aserrín el sillón del
abuelo rezongón.
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Le dicen sembradora de esperanzas, ignorando, que ella
derramó sus últimas semillas, en caminos sin retorno.
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La Duquesa arrogante, descendía por la escalera principal,
tropezó con su soberbia, cayó de espalda. Los invitados,
obsecuente, aplaudieron hasta que su trasero toco, el
último escalón.
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Ensordecido por los gritos de sus silencioso, la dejó partir.
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Mi historia no pasó, no se fuè, quedo enraizada en mi
memoria.
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Sentí la humillación queriendo emponcharme el pecho y me

quite la piel.
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Cuando la marea crece, corro a favor de la ola para lavar
mis pesares.
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Me dijo: Ayúdame a encender la velita de noche y compartiré
contigo mis confites. Acaricié sus cabellos y Doña
Carmen se durmió sentada en el borde de la cama.