Aquí y ahora,
en el repique cercano de la campana
tocando solo
por un oculto renacer
ya sin palabras,
te reconocí,
te reconozco y quiero
concurrir a nuestras nupcias, enfundarme
contigo en tu vestido de novia
blanco y flotando en el aire;
te reconozco y vuelvo a ti, a nuestro
pasado no terminado,
reanudo el juego,
las bodas
aplazadas, abolidas,
perdidas
en los años pasados como si nada
tuviera valor en la vida, la quiebra
fragorosa del árbol, del ramaje, el silencio.
Te presento a mis hijos, a mis nietos ya grandes,
incrédulos ante
estas nuestras bodas ansiadas
durante toda la vida.
¿Cómo es posible,
cómo es creíble
que caminemos ahora como dos jóvenes novios,
bajo la mirada de hijos y nietos,
que nos irgamos ahora con las espaldas rectas y el pelo
tupido y lustroso y la sonrisa en los labios
y los cachetes hinchados
como si sopláramos
en un instrumento de viento,
nuevos, resucitados,
en el triunfo de una carne que es ya otra vez nuestra carne
nuestra carne de cuando,
de cuando éramos jóvenes,
de cuando éramos nuevos,
por su transparencia, por su suavidad,
por la tersura de su gloria?